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Temas |¿ESTÁ DE MODA EL “ME DA LO MISMO”?

El nuevo prestigio de “la indiferencia”

28 de Septiembre de 2025 | 06:26
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A lo largo del tiempo, desde pensadores históricos, discutir era casi una obligación. Se suponía que había algo noble en el intercambio de argumentos, en el intento de convencer y ser convencido, en esa fricción que, con suerte, podía producir una chispa de entendimiento.

Hoy, en cambio, la discusión perdió magnetismo. Se acabo el imán de ganar un debate con argumentos. Cada vez más, la estrategia ganadora no es hablar, sino correrse, abandonar el ring de las palabras y refugiarse en el silencio o en la indiferencia.

La pose del “no discuto” se volvió un capital simbólico. Quien rehúsa debatir suele ser visto como alguien que no se deja arrastrar por la espuma de lo trivial, alguien que conserva la calma en un mundo saturado de gritos. En ese gesto hay un aura de sofisticación, como si retirarse de la pelea fuera más sensato que desgastarse en ella. Y, a veces, lo es: nadie quiere malgastar energía en discusiones que se sienten prefabricadas, que parecen no llevar a ningún lado.

La indiferencia, además, se volvió rentable. En redes sociales, la frase “no opino” puede cosechar tanto apoyo como una opinión encendida. Sólo hay que recordar a la artista Emilia Mernes, criticada por su indeferencia.

La neutralidad genera un atractivo curioso: el de quien parece mirar la tormenta desde un balcón, sin mojarse. Frente a la lógica de bandos y trincheras, no jugar el partido es, paradójicamente, una forma de destacarse.

Pero hay un costo. Esa indiferencia no es siempre neutralidad, a veces es cansancio o miedo. Rehusar la discusión puede significar también abandonar el espacio común donde antes se cruzaban ideas, puntos de vista, argumentos. Lo que antes era un terreno fértil de intercambio, hoy se percibe como un pantano del que conviene huir.

No discutir puede ser un modo de autoprotección, una forma de evitar la exposición, o incluso un mecanismo de prestigio. La pregunta es si, en ese repliegue, no estamos perdiendo algo vital: la posibilidad de construir juntos, con palabras, un sentido compartido.

 

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