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En su segunda novela, la platense de 27 años escribe de forma arriesgada y melancólica. Sin dar golpes bajos, se sumerge en una conversación íntima donde la naturaleza, el despojo de roles, el paso del tiempo y los vínculos familiares, flotan hasta la orilla
ALEJANDRO ALFONZO
Por ALEJANDRO ALFONZO
Al principio pensé en Selva Almada y su crónica “Chicas Muertas” (2014): en su lenguaje claro, directo, coloquial. Avancé un par de páginas. ¿Era “La Vegetariana” (2007) de Han Kang y la conexión concéntrica entre la protagonista y la naturaleza? ¿Esa fusión espiritual que terminó por formar un nuevo ecosistema?
Creí leer también la parquedad de Federico Falco, esa que predomina en “Los Llanos” (2020): asoma la tranquilidad del paraje rural cuya única misión es calmar la mente neurótica. Se presenta la tierra, las manos, el sentir la plenitud al mirar el sol o mojar los pies en el río. Detecté a Alejandra Kamiya: su escritura disciplinaria y ordenada, su mirada que sumerge a lo común en un baño extraordinario.
Pero no.
Es la prosa de la platense y periodista Malena Escobar O’Neill en su nueva novela “Punta Lara”, publicada en julio de este año por Rama Negra, editorial de la ciudad de Junín. Es la segunda en su haber: en 2022 escribió “La clave secreta”, editada por Malisia.
En la redacción de EL DIA, Malena Escobar O’Neill aseguró: “Estoy contenta con el resultado” / Gonzalo Calvelo
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“Punta Lara” nace de muchos lugares.
Técnicamente, podría afirmarse que es el resultado del trabajo final de la Maestría en Escritura Creativa que realizó Escobar O’Neill en la Universidad de Tres de Febrero. Pero también es la consecuencia de charlas, lecturas y conversaciones sobre literatura con Inés Busquets, otra escritora de la Ciudad, y con sus editores.
Y también es consecuencia del talento.
La obra relata la vida de Julia, una joven adulta que decide soltar la urbe e irse a vivir a un balneario inmediato al Río de La Plata. Así, abandona la vorágine de la ciudad para desandar un presente íntimo. A través de una conversación de la protagonista con ella misma -con sus ideas y experiencias- la novela construye una especie de diario personal donde, como exhibe algún fragmento, se “cultivan pensamientos”.
Desde el inicio flotan en la superficie los temas principales de “Punta Lara”: la muerte y su dolencia indisoluble, los vínculos familiares, el amor, la soledad, el despojo de roles tradicionales, el paso del tiempo, el lenguaje corpóreo que a cada rato busca fusionarse con la naturaleza y volver a la tierra. O al río.
“Mi papá decía que el río es para siempre. Desde el día que lo conocí prefiero sentir que las cosas que me gustan se mantienen estáticas, que no acaban, que no me van a dejar”, expresa Julia en una de las primeras páginas. ¿Habla del legado de su padre? ¿De su amor por el río? ¿De diferentes formas de entender el paso del tiempo?
“Prefiero sentir que las cosas que me gustan se mantienen estáticas, que no acaban, que no me van a dejar”
Llegó al balneario una tarde y no se fue nunca más.
El sonido rumiante del río y el silencio de las pocas casas hicieron que Julia elija ese lugar para vivir. Sobrevive vendiendo helado tailandés con su carro en la rotonda principal de Punta Lara. Desde ese vértice geográfico ve pasar gente, vende postres, analiza el mundo.
Cuando vuelve a su casa, saluda a sus peces: tiene decenas. Tantos, que repartió algunos entre sus vecinos.
La sensibilidad de la protagonista no se enmarca en la norma. No visita a su familia en la Ciudad pero se desvive por animales que rescató y repartió a la gente del balneario. Se cansa rápido de la gente: aunque algunos domingos participa de los encuentros masivos del barrio, Julia prefiere estar con ella misma: con lo que es; con lo que fue. Lo hace para entender por qué está donde está. Busca comprender para continuar decidiendo.
“Así como una suculenta me gustaría ser un repollo, como la vieja leyenda del origen de los bebés, brotar de la tierra, incubarme ahí abajo, calentita, preparándome para salir al mundo y hacerlo después de meses, ya preparada para todo. Ensayando y practicando la calma” dice Julia. Escribe Malena.
El río cumple una función vital en la novela. Es el regalo de un padre a una hija que se vuelve una fuente de energía inagotable; un ensamble de conexión entre ellos dos.
Una tarde, Julia notó a cientos de turistas escapar de un chaparrón inesperado. Y pensó: “Cómo es posible que después de tantos años de humanidad la lluvia nos sorprenda tanto si es un estado más, como el sol, como las nubes o como la noche. Pienso en la tristeza, en el rechazo que genera y en cómo intentamos evitarla a pesar de que también es parte, como la alegría. El rechazo de lo incómodo aunque sea natural”.
La protagonista vive sola pero no siempre fue así. Cuando llegó a Punta Lara, en una de las tantas visitas al río conoció a Mirta, una señora fanática por las muñecas y devota de la naturaleza. Su cercanía con ella creció a tal punto que aceptó el ofrecimiento de construir su casa en su terreno. Cuando murió, quedó sola pero con aprendizajes: “Mirta me enseñó casi todo lo que sé. A juntar y cortar leña, a cocinar, a limpiar, a plantar, cultivar y los límites de querer estar sola y tener que compartir de vez en cuando”.
Podría ser una novela de la década del 50 o de la actualidad. En las casi 110 páginas, no hay una referencia al tiempo: la trama, los personajes, Julia, los pensamientos; todo parece estar en pausa. Subyace ese momento exacto donde todo y nada pasa a la vez: sólo queda la interpretación y los pensamientos.
En este limbo atemporal, los eventos suceden de forma lenta. Otros, se agolpan vertiginosamente. ¿No es así cómo sucede la atracción? Por lo menos eso sucedió con Víctor, un cliente que terminó siendo amante. Primero, el llamado de atención. Después, el acercamiento. Luego, el desboque sexual. En fin, la desilusión y el duelo.
Ocurren rápido los cambios en la vida de Julia: es que ella prefiere quedarse con lo que suma. Con lo que no, lo expulsa.
Ella se pregunta cómo llegó a dónde está. Se embarca en pensamientos sobre cómo fue su infancia, la aparición de una amiga imaginaria, la división familiar: un padre al que era devota, una madre y un hermano con los que nunca conectó. Piensa y mientras vive. O mejor dicho: vive porque piensa.
Cómo todos, ¿no?
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