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El filósofo surcoreano Byung-Chul Han, en La sociedad del cansancio (2010), asegura que vivimos empapados en la dictadura del rendimiento; que el sujeto de hoy se explota a sí mismo en nombre de una falsa libertad, y que ese exceso de positividad nos enferma.
Pero también -y sobre todo- nos deja sin voz. Nos seca la lengua. Nos llena la agenda pero nos vacía la palabra. Entonces hablamos para rendir, para defendernos, para tener razón. Hablamos sin pausa, sin pensar, sin escuchar, sin pensar en un otro.
En ese contexto, “hablar bien” no es sólo usar palabras agradables. Es, más bien, un ejercicio, una práctica, una cadencia de hábitos. Es un modo de cuidar(se), un modo de vivir.
Así lo entienden Eugenia Rossi y Lorena Spotti, especialistas en comunicación efectiva, imagen, coaching ontológico y gestión emocional. Su trabajo, atravesado por la experiencia, el cuerpo y la palabra, se centra en brindar herramientas para que las personas diseñen su presencia, hablen con impacto y potencien sus vínculos desde un lugar más auténtico.
“La comunicación es todo”, dice Eugenia, locutora nacional egresada del ISER, instructora en PNL, asesora de imagen y mindfulness, en diálogo con EL DIA. Pero enseguida aclara que dentro de esa afirmación tan vasta se esconde una complejidad profunda. Porque comunicarse no es solamente emitir un mensaje. “La gente muchas veces no se atreve a decir algo por miedo a equivocarse, por miedo a lo que van a decir. Mi pasión es acompañar a quienes sienten que su manera de comunicarse es un impedimento, y ayudarlos a disfrutar de expresarse”, agrega.
Lorena, abogada recibida en la UNLP, actriz y referente en neurociencias y corporalidad, también lo ve así: “Muchas veces creemos que comunicarse es hablar, pero “la verdadera comunicación arranca por cómo nos hablamos a nosotros mismos. Y desde ahí, desde ese diálogo interior, construimos o destruimos nuestros vínculos”.
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Ambas trabajan juntas desde hace años. Su enfoque se aleja de la comunicación tradicional, esa que pone el foco en el emisor, y propone una mirada más integral, donde lo central es lo que el otro interpreta, lo que escucha con su historia a cuestas.
“Yo puedo creer que estoy diciendo algo, pero el que escucha lo hace desde sus propias creencias, desde sus emociones, desde su vivencia personal”, dice Spotti. “Entonces ahí no importa solo lo que digo, sino cómo lo digo, cuándo lo digo, desde dónde lo digo y qué espacio genero para que el otro reciba ese mensaje”, continúa.
La comunicación es fundamental para vivir en sociedad / Freepik
Este espectro que integra la comunicación, no se orienta a la confrontación ni a la persuasión, sino a “sostener la relación, a cuidarla, incluso en el desacuerdo”, define Spotti.
“En los vínculos, muchas veces hay que elegir: ¿quiero tener razón o quiero conservar la relación?”, plantea Lorena. “Porque si me subo al podio con la razón, te pongo a vos en el segundo puesto. Y en la próxima conversación ya arrancás desde ahí, desde abajo. Eso lastima, deteriora. No hay nada más improductivo que querer ganar una conversación si con eso pierdo el vínculo”, sentencia.
Las especialistas insisten en que no se puede cuidar al otro si uno no se cuida primero. Por eso, todo empieza por mirar hacia adentro. “¿Cómo me hablo? ¿Qué me digo cuando me equivoco? ¿Me trato con ternura o con castigo? Porque si soy violento conmigo, tarde o temprano voy a serlo con los demás. Nadie puede dar lo que no tiene. Ese es nuestro lema”, afirma Eugenia.
Pero, ¿cómo se hace en un mundo que no da tregua? Donde se vive a mil, donde el tiempo es escaso y los vínculos se tensan al ritmo del agotamiento diario. “Vivimos en automático”, responde Lorena.
Lo cierto es que nos levantamos corriendo, llevamos chicos al colegio, trabajamos, resolvemos. Y en esa carrera lo único que queremos es que el otro cumpla, que obedezca. Damos órdenes, no abrimos diálogos. El lenguaje se vuelve puramente funcional.
Por eso, la propuesta es sencilla y revolucionaria a la vez: parar. Detenerse. Observarse. Reflexionar. Hacerse preguntas incómodas pero necesarias: ¿Desde qué lugar estoy hablando? ¿Cuál es mi objetivo con esta conversación? ¿Estoy buscando imponer o conectar?
La pausa, insisten las profesionales, es una herramienta poderosa. Porque permite elegir mejor las palabras. Escuchar. Y también registrar lo que el cuerpo dice cuando la voz no alcanza. “Muchas veces la comunicación se rompe por tensiones no resueltas, por la forma, por el tono, por no haber generado un espacio seguro para hablar”, dice Eugenia.
Ese “espacio seguro” es una clave central para mejorar la calidad del vínculo. No se trata solo de hablar bien, sino de elegir el momento y el contexto para hablar. “No puedo pretender tener una conversación importante con mi hijo adolescente mientras lo llevo en el auto al colegio. No estoy generando el ambiente adecuado. Estoy apurada, estoy tensa, y eso se siente. Entonces lo que se dice no llega, o llega mal”, explica Eugenia.
Hablar enojado tampoco sirve. Al contrario: puede agravar lo que ya está roto. Por eso Lorena insiste en trabajar la educación emocional, una habilidad que no nos enseñan pero que resulta vital. “Una emoción dura unos minutos. El enojo, por ejemplo, tiene una carga energética altísima. Si hablo en ese estado, probablemente diga cosas de las que me voy a arrepentir. Entonces, conocerme, saber qué necesito cuando me enojo -salir a correr, respirar, esperar-, también es parte de una buena comunicación”, advierte.
Reconocer las señales de una comunicación no asertiva es otro de los pasos fundamentales. ¿Cómo darnos cuenta? “Cuando hay rigidez, tensión corporal, enojo crónico, cuando uno siempre habla apurado o agresivo”, explica Rossi. No se trata de impedir los desacuerdos, porque son parte de cualquier vínculo. Se trata de crear el espacio para que ese desacuerdo no se vuelva una guerra”.
Tampoco hay que caer en el extremo opuesto: el silencio absoluto. La ley de hielo. “Eso también es comunicar, aunque uno no diga nada”, dice Spotti. La realidad es que el silencio puede cortar el ambiente. Podemos convivir en la misma casa sin hablarnos, y eso es tan destructivo como gritar.
Detrás de estos conflictos cotidianos -en la pareja, la familia, el trabajo- siempre hay una necesidad insatisfecha. Un pedido no expresado. Un límite no puesto. Por eso, hablar bien es también aprender a decir que no, a poner un freno sin herir, a expresar lo que necesitamos sin que el otro se sienta atacado.
Eugenia lo resume así: “Una comunicación efectiva puede ser aquella en la que todos ganan. No debería haber un vencedor y un vencido. Deberíamos salir de esa conversación sintiéndonos escuchados, comprendidos, en paz”.
Porque, en definitiva, todos queremos estar en paz. Volver a casa sin remordimientos. Dormir sin rencores. Ser escuchados sin ser juzgados. Amar sin gritar. Disentir sin romper.
“La felicidad no está en la fama ni en los bienes materiales” recuerda Rossi citando un estudio de Harvard sobre bienestar. “Está en los vínculos. En cómo nos llevamos con los demás. En cómo nos hablamos. En cómo escuchamos.”
Tal vez por eso, en un mundo que ya no escucha, aprender a hablar de manera asertiva sea el nuevo acto revolucionario. Una manera de hacerle frente a la sociedad del cansancio. Y también, quizás, una forma de volver a casa.
1. IDENTIFICAR CÓMO SE HABLA A UNO MISMO: observar qué palabras y cuál es el trato; nadie puede dar lo que no tiene.
2. PONER UNA PAUSA A LA RUTINA ‘AUTOMÁTICA’: es vital la reflexión en el centro de la vida vertiginosa para notar cómo hablamos. Preguntarse entonces: ¿desde dónde estoy diciendo lo que estoy diciendo?
3. PONER FOCO EN EL VÍNCULO Y NO EN TENER RAZÓN: según las especialistas, es más importante cuidar la relación que tener razón. “La razón es el podio para uno”, aseguran.
4. PENSAR EN EL PARA QUÉ: es necesario también preguntar el resultado y el objetivo de la comunicación asertiva.
5. CONSTRUIR UN ESPACIO APTO, SEGURO Y SIN JUICIO: esto provoca un ambiente de paz para que los vínculos tengan mejores conversaciones; sentimientos más genuinos.
6. ANALIZAR EL CONTEXTO: a veces hay que esperar a que decante el enojo para tener más claridad en lo que se quiere expresar.
7. FOMENTAR LA AUTOEDUCACIÓN: conocerse de tal manera en el que sea posible identificar cuándo hablar; cuándo decir algo.
8. ABANDONAR EL ESTADO DE SUPERVIVIENCIA: no todo es blanco o negro; vida o muerte. Entender la visión del otro y desdramatizar, puede ser importante para generar empatía.
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