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Revista Domingo |CONTRATAPA

Hay que cuidarse de los precios y de las cámaras

24 de Agosto de 2014 | 00:00
Hay que cuidarse de los precios y de las cámaras

Por ALEJANDRO CASTAÑEDA

afcastab@gmail.com

Según la gacetilla, “la Agencia de Recaudación de la Provincia instalará cámaras dentro de restaurantes para monitorear el movimiento que tienen y deducir, a partir de esos registros fílmicos, si lo que declaran impositivamente es correcto o no”. El tema plantea de entrada un debate sobre el derecho a la intimidad y la mala fama de los gastronómicos.

Hace unos años, desde el mismo organismo se había impulsado la idea de hacer controles dentro de los hoteles alojamiento. Montoya pretendía que al final de cada turno, entre bolero y trago, apareciera la voz de ARBA recordando cuotas vencidas. La idea fue desechada por los dueños de los albergues. Y ARBA una vez se rindió ante el amor.

Hace un año, en un proyecto que el gobierno de Scioli había enviado a la Legislatura, aparecía la figura del denunciante tributario. La noticia fue bien recibida por los chismosos: “cualquier habitante de la Provincia –decía en sus fundamentos- podrá ir a las oficinas de la Agencia de Recaudación (Arba) y denunciar situaciones que puedan llegar a constituir infracciones fiscales. Y a cambio, ese denunciante recibirá como recompensa una suma de dinero equivalente a un porcentaje del monto de las sanciones tributarias que se apliquen al evasor”.

De a poco el botoneo empezó a ser parte de un modelo que apunta al super control para poder inflar sus desguarnecidas cajas. Sobran cámaras, inspectores, desconfianza. La voracidad oficial es insaciable: radares, operativos a deshora, drones husmeando para saber si ampliaste el galponcito, datos entrecruzados, inspecciones antes de viajar, dólares sospechosos, todo está sujeto a la mano larga de un Estado invasor y mal pensado. Y ahora también ubicarán cámaras a la entrada de los restaurantes, para seguir de cerca la facturación del local y, de paso, poder echarle un vistazo al nivel de gastos del cliente.

El gobierno ha estatizado la mirada y nada se escapa del control oficial. El Gran Hermano ya está aquí para direccionar nuestra existencia y darle rumbo a nuestra marcha. Y no hay que enojarse. Tampoco transmitir desazón, porque la Secretaria de Pensamiento no autoriza quejosos ni desvíos. Hay que andar calladito y con cuidado, sonriendo ante las cámaras y con los papeles al día. Porque la tecnología avanza. Y las dudas, el dolor de estómago, la incertidumbre y hasta los deseos van siendo presas de un avistaje oficial que en cualquier momento ubicará cámaras en el mingitorio para medir lo que haga falta

Uno ya se sabe vigilado en el bar, en la calle, en el banco, en el gasto, en el ocio y en el trabajo. El estado viene afilando sus garras cobradoras y es una faena que sabe hacer a la perfección. Porque la muchachada a la hora de recaudar es fenomenal. Fallan, eso sí, cuando tienen que gastarla. ¿Descuidos, sobreprecios, bolsillos rotos? Sería bueno poner unas cámaras que registren cómo y en qué gastan.

El Estado omnipresente se hace sentir a cada paso. Lo del cepo evidentemente es más un estilo que un recurso. La idea es que todos somos hipotéticos crápulas, que trampeamos, evadimos y encima no colaboramos con el gobierno protector. Desde esa perspectiva, cada uno de nuestros movimientos son observados y calificados a través del monitoreo implacable de un régimen recaudador semi policial. Nada de mirar a la vecina ni de enojarse con el del contrafrente. El gobierno nos espía. Capitanich dicen que lo hacen para cuidarnos más, aunque cada vez nos sentimos más desguarnecidos. Lo concreto es que las cámaras nos obligan a estar alertas y presentables. Porque el Gobierno a cada rato nos pide cuentas. Quiere saber qué hacemos, dónde gastamos, si viajamos, invertimos o dilapidamos. No confía en quienes vamos andando por la vida. Nos quiere vigilados y resignados, afligidos y sin secretos, secos pero pagadores.

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