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PUNTOS DE VISTA

15 de Febrero de 2000 | 01:00

Por GUSTAVO C. GALLAND (*)


Quiero recordar a un vencedor, y trataré que mi profundo dolor me lo permita hacer con total objetividad.
Carezco de la serenidad necesaria para pensar en la muerte de Guillermo Estévez Boero, creo que no ha llegado todavía el momento propicio para juzgarlo en su justa dimensión, para apreciar su verdadero aporte a la política argentina, para hacerse cargo de la originalidad de sus ideas.
Por eso considero oportuno limitarme a prolongar el eco, estremecido, que su impresión dejara en cada uno de nosotros, en el grupo de amigos y compañeros más cercanos, que lo acompañamos hasta el día de su muerte.
La ciudad de La Plata significaba para él algo especial. Desde muy joven, desde su época de dirigente universitario, ya se sentía atraído por esta ciudad, por su Universidad, sus Centros de Estudiantes, la Federación Universitaria de La Plata. Nunca dejaba de aclarar el diferente origen del movimiento Reformista del 18, entre la Córdoba escolástica y La Plata positivista y progresista, donde lo esperaban las enseñanzas de Héctor Ripa Alberdi, de Alejandro Korn, de Carlos Sánchez Viamonte, de Julio V. González, de José María Lunazzi y de tantos otros.
En las viejas galerías de esta centenaria Universidad, no sólo retumban sus inclaudicables arengas, sino también sus confrontaciones de hecho con los nazis de su tiempo y de todos los tiempos. Pensó como hombre de acción y actuó como hombre de pensamiento. Y culminó su cruzada universitaria como presidente de la FUA.
No había discurso dirigido a la juventud universitaria, en el que no se refiriera a nuestra ciudad como "El faro cultural de América Latina", y siempre reivindicó la presencia, en un pasado reciente, de tantos estudiantes latinoamericanos, muchos con destacadísima actuación pública en sus países, como una de las formas de contribuir a la Unidad Latinoamericana, por la que tanto siempre bregó y soñó, junto a otros grandes como José Ingenieros, Manuel Ugarte y Alfredo Palacios.
Cuando se creó por primera vez en la historia de la ciudad la institución del Defensor del Pueblo, para la que tuve el honor de ser designado por el H. Concejo Deliberante, él estuvo presente, y el Ejecutivo Municipal lo designó "Visitante Ilustre", recordaba con orgullo esa distinción.
La cena del Centenario de la Universidad de La Plata lo tuvo presente, no podía ser de otra forma, era un compromiso con su historia.
En la década del 60, echó a andar una utopía: el MNR -Movimiento Nacional Reformista- hoy una realidad con más de 30 años de vigencia en los claustros universitarios.
El 23 de abril de 1972, echó a andar otra utopía, reconstruir la presencia del socialismo en Argentina, y fundó el Partido Socialista Popular. Hoy es una realidad indiscutible, y para ello trabajó, pensó, creó y su vida fue parte de su obra, y fue responsable de la vida de cada uno de los que integrábamos ese partido, aún en los tiempos más negros de la historia de los argentinos.
Ya en la etapa de reconstrucción institucional, en 1987, el socialismo con él, vuelve al Congreso de la Nación, después de muchos años de ausencia, siendo elegido para el mandato 1987-1991, y resultó reelecto para 1991-1995, 1995-1999 y 1999-2003, y diputado de la H. Convención Nacional Constituyente en 1994. Representó al socialismo argentino como miembro pleno, en numerosos congresos de la Internacional Socialista.
Llegó a los cargos partidarios y públicos para servir y no para servirse de ellos, por ello jamás envileció ninguno, por esa razón honró todos sus cargos.
Político, abogado -su orgullo: haber sido discípulo de Giménez de Asúa- legislador, estudioso de los problemas sociales, autor de innumerables trabajos, maestro de varias generaciones, la múltiple labor de Guillermo Estévez Boero ofrece un cuadro coherente, una admirable consecuencia entre las ideas, la acción y la conducta -su insobornable conducta- ante cada circunstancia. Su desprecio por la calumnia le daba a su pensamiento la altura de vuelo de águila.
Siempre difundía las virtudes del arte como elemento de civilización, educación y cultura. Y toda su obra, toda su vida no fue en definitiva otra cosa que un esfuerzo abnegado por espiritualizar el mundo de la política, el mundo del trabajo y el mundo de la economía.
No puedo omitir en estas circunstancias, sin ahogar mis sentimientos, una expresión personal e íntima. He trabajado con el Dr. Estévez Boero a su lado desde mis primeros años de política en la década del 60, en los cuerpos orgánicos de nuestro partido: comité nacional, congresos, comisiones, viajes internacionales, grupos parlamentarios.
Estos dos últimos años compartíamos en el Congreso de la Nación tanto mi despacho como el suyo, como su casa, leíamos y escribíamos en la misma mesa, distribuía él la tarea de cada día, tocándole a él siempre la parte más difícil; fuimos alcanzados muchas veces por idénticas emociones, y yo sé cómo sacudía su mente cualquier episodio negativo en la vida de la Nación, hemos visto su dolor en sus momentos de silencio y reflexión.
Rindo mi homenaje más profundo a la memoria de este hombre que fue en tantas circunstancias de mi vida, maestro generoso y cordial en el aprendizaje, claridad en las dudas, estímulo para las tareas, decisión en las vacilaciones.
Estas palabras tienen un anhelo muy hondo, y creo interpretar a todos mis compañeros socialistas, que sepamos cumplir con nuestro deber y ser fieles al legado que recibimos.
Para algunos hombres, la muerte no es sino un cambio. La personalidad perdura en sus obras. Por eso Guillermo está aún con nosotros, sobreviviendo mentalmente a la muerte física.
(*) Diputado de la Nación. Dirigente platense del comité nacional del Partido Socialista Popular.

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