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Información General |experiencias de viajes

Amigos sin fronteras

Hay quienes eligen viajar para conocer lugares y quienes priorizan hacer nuevas amistades. Algunos, aún sin proponérselo, vuelven llenos de amigos. Virtudes e historias de vínculos que trascienden las barreras limítrofes

Por LUCRECIA GALLO

20 de Febrero de 2016 | 01:25

Tenía yo 8 años, había ido a Chile con mis padres y tuve mi primera amiga en viaje. Ella era de Rufino y charlábamos sobre muñecas en la entrada del edificio. Nada queda ya de esa amistad que supe mantener varios años por correo, pero fue mi primera amiga lejos de casa.

Así son las cosas cuando uno viaja. En el lugar menos pensado ¡zas! surge un amigo. Encuentros en el camino que no son más que oportunidades para conocerse más a uno mismo. Al menos eso dicen los testimonios de esta nota, que han viajado tanto que pueden dar cátedra sobre hacer amigos mientras suman millas.

“SI ES VIAJANDO, MUCHO MEJOR”

Fernando Razo, mexicano, 32 años, asesor financiero, es un turista que sabe hacer amigos. Lo hace naturalmente. Esta cronista da fe: se hizo su amiga –por recomendación de una platense que él conoció en otro viaje- este verano al viajar a su país. Y claro, allí pudo ver cómo se maneja. La naturalidad con la que encuentra temas para “platicar” como él dice, con todos -sí todos- los visitantes de un hostel.

Verá. Fernando ha viajado bastante a lo largo de su vida, y asegura que hacer amigos en los viajes es de lo más común, pero depende de la actitud. Su máxima: estar abierto. “A nadie le gusta un ‘cara de culo’ como amigo”, dice y avisa: “Los hostels están diseñados para interactuar con otros que se encuentran en las mismas condiciones que uno”.

Ecuador, Perú, Chile, Argentina, Brasil, Londres y Miami, son algunos de los lugares que visitó y en todos pudo armar nuevos vínculos. “La amistad en un viaje es diferente, porque puede que a ese amigo lo veas de nuevo o no lo vuelvas a ver”, dice Fernando.

Hay una ley que él tiene clara: hacer amigos en un viaje, transforma el viaje. No solo porque se puede conocer lugares que uno no contemplaba visitar sino porque además todo el tiempo estará compartiendo con otro su forma de ver la vida. “Cuando estuve por Chile, conocí a tres brasileños y dos colombianos, a los primeros los conocí el día que fui a esquiar y los otros dos durante un partido de fútbol que vimos en el salón de TV del hostel. Esto me abrió las puertas de sus casas, en Colombia, cuando tuve oportunidad de viajar”, describe Fernando y recomienda: “Hay que viajar para conocer el mundo, así conocer personas, romper la rutina, cruzar barreras de idiomas, comidas y olvidar el tipo de cambio”.

Todos los lugares son buenos para hacer amigos, siempre que se esté fuera de casa.

COMPARTIR CON DESCONOCIDOS

“Me hiciste volver a viajar”, dice Mercedes Chiavaro, 31 años, contadora, al ser consultada para esta nota. “El viaje son más las personas que los lugares. Lo fascinante de esas historias de amistad le terminan dando al sitio un tinte emotivo que es más fuerte que el solo hecho de ver algo lindo o interesante”. En su caso hacer amigos le cambió el viaje varias veces, porque hizo cosas que sola nunca hubiese hecho: recorrer playas agrestes a dedo, comprar un auto para viajar entre ciudades y después venderlo, hacer trekking por senderos alternativos, visitar ciudades que no estaban en su cabeza y más.

Para hacer amigos hay que estar dispuesto a modificar un poco el plan original y compartir con desconocidos, porque eso son todos los amigos al principio: desconocidos. “Es como un juego divertido, al principio”, dice Mercedes al tiempo que asegura que: “La amistad siempre es híper intensa, en una primera charla podes terminar contando cosas intimas, profundas y deseos que nunca antes habías manifestado”.

Se comparte todo. Los paseos por sitios turísticos, comidas, averiguaciones en los lugares de información cuando se llega a lugares nuevos y trámites como cambio de plata y compra de pasajes. “Suele ser más fácil hacer amigos en situaciones de viajes activos donde se recorren ciudades, parques nacionales o atractivos naturales que en sitios de playa, porque el hecho de no conocer las alternativas del lugar hace que estés alerta a la información que otros viajeros te dan”, afirma.

Para esta contadora, que ha recorrido Nueva Zelanda, el Sudeste asiático e India, que conoció Bolivia/Perú/Ecuador/Colombia Panamá y México, entre otros, hacer amigos es más fácil cuando uno viaja solo. “Mis primeros viajes fueron en Argentina, en el sur y el norte con amigas de la infancia, y no hice amigos porque cuando se está en grupo es más difícil abrirse. Pero si me pasa ahora, después de haber viajado sola, aunque esté de viaje con amigas puedo ‘cortarme’ un poco y conocer otras personas”, aclara.

Se aprende mucho de los amigos, pero en los viajes Mercedes nota una diferencia: “Se aprende sobre todo de la diferencia de estilos de vida, diferentes modos de pasar las vacaciones”. Y algo que predomina es que los lugares que estos amigos ya han visitado, quizá por el aprecio de sus relatos, se convierten en próximos destinos de viaje.

Ella conserva muchos de los amigos que conoció viajando, muchos que ahora viven en Argentina, pero le cuesta mantener las amistades por Facebook o Skype, el chat no es lo suyo. Más allá de esto, Mercedes asegura que aunque no hable con ellos cuando han estado próximos a verse, la amistad reaparece como si no hubiese pasado el tiempo.

“Hacer amigos en un viaje es casi tan importante como que el lugar que elegiste sea lo que esperabas”, asegura Mercedes, y reafirma: “las formas en que uno conoce amigos son historias que merecen ser contadas”.

UN PEDAZO DE CULTURA

“La gente que conocés en el camino es parte fundamental del viaje”, reconoce Gilda Selis, 28 años, licencia en Comunicación Social y Community Manager en turismo. Tanto que, asegura, no recuerda los viajes por sus fechas sino en relación a los lugares, los vínculos y anécdotas que generó con las personas en esos sitios. Podría nombrar muchos de esos momentos, dice y enumera: “La noche que Daniele me cocinó cuscúz en Natal; el día que recorrí las playas de Joao Pessoa en moto con Joao; la mañana que recorrí el jardín japonés con Suyeon; los días en la selva ecuatoriana con Fernando; la noche de año nuevo en Valparaíso con la familia Leiva; el atardecer en que nos perdimos con Pablo en la playa de Pipa; el día que tocamos una tortuga marina con la australiana Debbie, cuando recorrí parte de Ilha Grande a pie con Diego”. ¡Uf! La lista sigue.

A Gilda, no caben dudas, le gusta conocer los lugares a través de su gente. Cuando viaja usa CouchSurfing, una red de social de viajeros donde se ofrece hospedaje. “No sólo es alojamiento gratis sino la mejor manera de intercambiar experiencias culturales”, opina. Y siempre que la ciudad lo permita asiste a un free walking tour, paseos a pie y a la gorra. “Es otra de las formas de conocer gente”, que recomienda.

Queridos lectores, sépanlo, para Gilda la única desventaja de hacerse amigos en los viajes son las despedidas. “Soy una persona que se encariña rápido con la gente que me hace sentir bien, así que a la hora de que cada uno siga su camino no puedo dejar de sentir un poco de nostalgia. Lo bueno es que las redes sociales te permiten estar cerca, en contacto”, aclara.

Lo más difícil que le tocó soportar de un amigo en viaje fueron sus ronquidos. Fuera de chiste, según ella viajar con amigos de toda la vida puede ser tan complicado como ponerse de acuerdo entre más de 4 personas.

Gilda, qué viajó tres meses por Nueva Zelanda y Australia, 20 días por Estados Unidos, diez por República Dominicana, 20 por Chile, 25 por Ecuador, 20 por Uruguay y volvió hace poquito de recorrer durante 3 meses Brasil, dice: “No creo que hacer amigos dependa de los lugares sino de la personalidad de uno. Si vas con la mente cerrada, llena de prejuicios y con pocas ganas de compartir y nada más sentarte en una reposera a tomar sol es probable que no sociabilices mucho”.

“Me pasó en Nueva Zelanda y Australia que los primeros amigos que me hice fueron en realidad uruguayos, chilenos o brasileros. Llegar a tener confianza con un kiwi (así se llaman así mismos los neozelandeses) me costó mucho más porque tienen otras costumbres. Allá viví con una sueca y una coreana y aunque cada una hablaba en su idioma y tenía sus propias costumbres y comidas nos llevábamos muy bien. Cada noche la coreana me decía An-nyeong-ha-se-yo y yo le contestaba Buenas noches. A veces ella probaba mi mate y yo sus algas marinas traídas de Corea del Sur”, recuerda Gilda, autora del Blog: www.mibitacoradeviajes.com.ar, donde le encanta reflexionar sobre sus experiencias. “Me gusta pensar que de cada lugar me llevo un pedazo de cultura y dejo algo de la mía. Entonces soy de aquí y de allá”, acota.

Sólo por contar una de tantas historias, Gilda se apasiona. “En La Plata conocí a Raúl, un chico hipoacúsico en una clase de lenguaje de señas. Era de Quito, Ecuador y estaba estudiando en la Facultad de Informática de la UNLP. Cuando terminó sus estudios se volvió a su país. En el 2014 cuando decidí conocer Ecuador, él y su hermosa familia me recibieron con gran cariño en su casa. Fue un hermoso reencuentro lleno de anécdotas, visitas al mercado, tradiciones culinarias e historias viajeras”.

Como decíamos al principio, la empatía puede darse en un instante, con un simple gesto. También con simples preguntas, asegura Gilda. “En la parada de un autobús ¿Sabés si aceptan monedas o hay que comprar una tarjeta especial? En la cocina de un hostel: ¿sabés si hay colador? En una pieza compartida: ¿Preferís la cama de arriba o la de abajo? En una playa: ¿Te molestaría sacarme una foto? Tener un mate como compañero es siempre una buna excusa para el comienzo, también. Ya habrán visto, no hay mucha ciencia: para tener amigos por el mundo solo hay que viajar y viajar.

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