El veraneo de los corredores “full time”

Por Agustina Mussio

Es verdad que no son mayoría, pero cada año adquieren mayor visibilidad. Con sus atuendos fluorescentes se ejercitan en los diferentes municipios de la Costa. Y a su paso van despertando sentimientos de culpa en los que aprovechan el verano para devorar y pasarse la tarde en posición horizontal.

Aparecen por las mañanas y cuando baja el sol. Andan por las playas, por las avenidas, por las ramblas; a veces se los ve subir lomas de pasto, de tierra o arena.

Claro que también se muestran en las plazas o en distintos espacios de las ciudades durante el resto del año. Pero en vacaciones parecen lucirse más.

Mientras muchos se relajan echados en la arena, o disfrutan de una comilona a media tarde en un bar, ellos pasan enérgicos y amenazan con quebrantar aquella vieja convicción popular que legitima la fiaca y los excesos en tiempos de veraneo.

Es que normalmente uno no interrumpe su rutina laboral para comerse unas rabas ni devorarse un choclo con manteca. Esos gustitos son relegados para el período de descanso. Y cuando por fin llega ese momento, y uno abre la boca para morder esa delicia hipercalórica, pasa por delante alguno de ellos, y con su sola presencia recuerda eso que se intenta olvidar: los cuidados del cuerpo.

Son deportistas de asistencia perfecta que ni en vacaciones se toman licencias. Salen solos, de a pares o en grupo. Corren, caminan, hacen estocadas, sentadillas y abdominales. Al final, generalmente, elongan frente al mar.

A QUEMAR CALORIAS

Ni la lluvia -esa excusa perfecta para quienes siempre intentan posponer la gimnasia- los detiene. Permanecen expectantes de alguna oportunidad para ejercitarse.

Apenas se despeja, se calzan sus atuendos de marcas top con colores estridentes, y salen dispuestos a tonificar músculos y quemar calorías.

Pero a no engañarse: los deportistas del verano no se muestran desesperados por el resultado de su esfuerzo. Es más, casi todos lucen buenos cuerpos. Suelen decir que pretenden “desconectarse”, que “el físico les pide” o que buscan liberar endorfinas.

No les implica un sacrificio y lo hacen por puro gusto. Para envidia del resto de los mortales que a fuerza de voluntad se enfundan acaso en jogginetas viejas y hasta último momento ruegan porque caiga una gota del cielo que los “obligue” a aplazar la salida.

Y entonces se proponen arrancar con los ejercicios el siguiente lunes, cada comienzo de año o cuando se aproxima el verano, pero al final llegan las vacaciones y se encuentran engrosando el índice de las personas sedentarias que mide el ministerio de Salud en gazebos instalados en los balnearios. Pero después de ese chequeo rápido y callejero se convencen de que apenas comience marzo se anotarán en un gimnasio.

Los otros no paran, no esperan, no aplazan. Y lejos de suspender en vacaciones el entrenamiento que se mantuvo constante durante todo el año, aprovechan el tiempo extra.

En la playa, apenas baja el sol, una pareja de treintañeros en buena forma avanza por la orilla del mar al ritmo de estocadas. Acostado en la arena, un hombre sube y baja al mismo tiempo las dos piernas. Algunos trepan médanos y buscan la resistencia de los pies hundidos en la arena.

Son los que se levantan temprano, piden ensaladas en los restoranes y se llevan frutas y agua para la playa. Si andan por Pinamar, se tientan con la merienda vegetariana de yogur con cereales y sándwiches de verdura con pan integral que anda vendiendo un hombre por los paradores.

Claro que la mayoría también se da sus gustos y cada tanto se permiten comidas con grasas. Pero los hábitos saludables forman parte de su estilo de vida, y los llevan hasta a la playa.