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Revista Domingo |LA IGLESIA DE HOY

El mal supone el bien

25 de Enero de 2015 | 00:00

Escribe Monseñor DR. JOSE LUIS KAUFMANN

Queridos hermanos y hermanas.

El aspecto fundamental y más sorprendente del mal es su oposición al bien. El mal no se concibe sin el bien; mientras que el bien, para que sea bueno, no necesita del mal. El mal existe gracias al bien, pero no al revés.

El bien coincide con el ser, con lo que tiene entidad; y el mal se opone al bien, porque no tiene perfección ni existencia en sí mismo. El mal no es una realidad natural ni algo positivo; pero tampoco es una simple negación, un simple no-ser, sino una verdadera privación, es decir: la ausencia de una cualidad o perfección en un ser que debería naturalmente poseerla. Por ejemplo, que el ser humano no tenga alas para volar no es ningún mal; es una simple negación de una cualidad que la naturaleza humana no reclama de modo alguno; pero que un hombre sea ciego o no tenga los ojos es un verdadero mal físico, puesto que el ser humano debe naturalmente tener ojos para ver.

El mal es, entonces, una negación privativa en el seno de una substancia que le sirve de soporte. No tiene, por lo tanto, razón alguna de apetecible, como no la tiene ni la puede tener el no-ser. Nadie desea ni puede desear la nada: sería absurdo y contradictorio.

Del hecho de que el mal no es en modo alguno una esencia ni una realidad no se puede concluir que no existe. Todo es cuestión de precisar el verdadero alcance de la palabra ser.

El mal se opone al bien, porque no tiene perfección ni existencia en sí mismo

En efecto, la palabra ser puede tener un doble significado. Por una parte, puede designar la realidad positiva, es decir la entidad de una cosa; y, en este sentido, el “ser” se identifica con la cosa misma. De este primer modo ninguna privación es un ser, y por lo tanto tampoco lo es el mal. En otro aspecto, puede significar también la verdad de una proposición, que consiste en la unión de un predicado y un sujeto mediante la palabra “es”, como al decir que un hombre “es” bueno o no “es” malo. Y de este segundo modo llamamos también ente o ser al mal. Precisamente por no atender a este doble sentido en que puede tomarse la palabra “ser”, hubo gente que al oír que algunas cosas “son” malas, o que el mal “está” en tal cosa, consideraron que el mal era una naturaleza positiva y real, cuando en realidad no es otra cosa que una mera privación.

Al referirnos a las relaciones entre el bien y el mal, hemos de entender que el mal es una privación, es decir: una negación en el seno de una substancia. No podría, por lo tanto, existir el mal sin la existencia de alguna substancia, en el seno de la cual puede establecerse la privación. Por ejemplo, no podría existir un hombre ciego si no existiera el hombre al que puede afectar la ceguera. Ahora bien, esa substancia a la que puede afectar el mal es un ser y, por tanto, un bien, ya que el ser y el bien coinciden y se identifican trascendentalmente entre sí. No hay ni puede haber un solo “ser” que no sea bueno en cuanto ser. Los mismos demonios y condenados del infierno son buenos en cuanto seres, no en cuanto demonios o condenados. De aquí proviene la necesidad de determinar con precisión las relaciones existentes entre el bien y el mal. Lo veremos el próximo Domingo.

Estamos escudriñando sobre un asunto indiscutible: la existencia del mal en el mundo es demasiado evidente para que sea necesario demostrarlo. El mal existe y hace estragos. Ahora bien, si conocemos su origen, su extensión, su causa, su finalidad… podremos estar más atentos y optar siempre por el bien.

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