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Un tramposo empedernido

19 de Diciembre de 2014 | 00:00
Un tramposo empedernido

Por ALEJANDRO CASTAÑEDA

La Cámara Civil decretó un “divorcio vincular por culpa exclusiva del esposo”, a quien responsabilizó por las reiteradas infidelidades cometidas y además, lo condenó a pagarle a la mujer una indemnización de 30.000 pesos por “daño moral”, más 10.560 pesos “para atender gastos de tratamiento psicoterapéutico”.

Los camaristas Beatriz Areán, Carlos Bellucci y Carlos Carranza Casares, señalaron en el fallo que “no se pone un precio al dolor o a los sentimientos, sino que se trata de suministrar una compensación a quien ha sido injustamente herido en sus afecciones íntimas”.

Los magistrados evaluaron los pesares de la mujer al “haber cerrado los ojos y perdonado las reiteradas infidelidades y aceptar vivir separados”, y descontaron “el dolor, la angustia, la sensación de menosprecio que debió experimentar”.

Este pronunciamiento, como otros, también recientes, muestran que la justicia cada vez debe hacer pericias más finas sobre los litigios del amor y del desengaño para poder arancelar goces, atajos, trampas y sinsabores. Ahora que el desamor se indemniza y la deslealtad se cotiza, el corazón y las ganas deberían tomar nota de que el deseo no tiene precio, pero las lágrimas al final se pagan.

Hace dos años, la justicia resolvió que un marido infiel debía indemnizar a su mujer con 25 mil pesos por el daño moral que le causó con sus trampas. Y hace tres, la Cámara Nacional en lo Civil había condenado a otro adúltero a pagar 35.000 pesos a su ex cónyuge también por daño moral.

¿Está bien que los engañadores paguen sus trampas en efectivo? Es cierto, el dinero puede hacer todo más llevadero, pero lo que suena algo caprichoso es el valor que se le fija a las multas. Si hace tres años se cotizaba a 35 mil pesos el engaño esporádico, por qué ahora le hacen precio a este tramposo constante. ¿Habrá que aplicarle ajustes inflacionarios a los amores devaluados?

Quizá se pueda discutir la escala tarifaria, pero la idea de salir a compensar ninguneo y penas nos avisa que en lo sucesivo los infieles van a tener que pasar sí o sí por ventanilla.

El fallo que se conoció esta semana dice algo más sobre el vínculo matrimonial: habla de los pesares que atravesó esa señora “por haber cerrado los ojos y perdonado” y por supuesto condena a ese insaciable cónyuge por las reiteradas infidelidades cometidas “no en un año o en dos, sino durante toda una vida”. ¿Nunca dejó de traicionar?

Según los camaristas, el engaño acabó siendo la sustancia esencial de este tramposo indisoluble que con sus andanzas fue cerrando ojos, ganando perdones y abriendo pesares.

Ser infiel “durante toda una vida” suena como demasiado. Pero bueno, los jueces están precisamente para cuantificar un mundo donde sobran los demasiados.

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