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Revista Domingo |INTERÉS GENERAL

Grupo de Bloomsbury

14 de Diciembre de 2014 | 00:00
<I>PARADOS:</I> <I> DUNCAN GRANT, HORACE DE VERE COLE, ADRIÁN STEPHEN Y GUY RIDLEY. SENTADOS: VIRGINIA WOOLF Y ANTHONY BUXTON</I>
PARADOS: DUNCAN GRANT, HORACE DE VERE COLE, ADRIÁN STEPHEN Y GUY RIDLEY. SENTADOS: VIRGINIA WOOLF Y ANTHONY BUXTON

Por LIZ SPETT

lizspett@gmail.com

Pertenecer tiene sus privilegios, dice la publicidad de una de las tarjetas de crédito emblemáticas del planeta, siempre y cuando te acepten y pases los requisitos exigidos. No es a este grupo al que en esta oportunidad me quiero referir. Sino a otro al que no se lograba fácilmente ser admitido- con formularios, firmas, declaraciones y burocracias a rolete - sino por otra clase de afinidades. Fundamentalmente, por compartir aún en disidencia, gustos y adscripciones a principios éticos, políticos, filosóficos, estéticos y literarios. Es el famoso grupo de Bloomsbury, que tomó su nombre de uno de los barrios más distinguidos de Londres, donde vivían sus integrantes.

A finales de 1800 y principios del siglo XX allí se reunían en casa de Virginia Woolf y su marido Leonard , los más diversos intelectuales, artistas y en general todo aquel que pudiera hacer honor no sólo al té inglés, al scotch y al humor ídem, sino quienes se oponían desde cierta perspectiva a la sociedad victoriana de la que procedían. O sea, no eran jóvenes iracundos que hoy podríamos catalogar como ni-ni (ni estudian ni trabajan) sino que cada cual descollaba en lo suyo. Era un grupo que aún y a pesar de sus familias escandalizó a su época. Fue a propósito de estas reuniones no carentes de discusiones que se elevó al Parlamento inglés la petición por el voto femenino en 1868. Sus principales integrantes fueron el producto de una sólida formación que dijeron algo así como: no me gusta ni lo que se viene- La Primera Guerra Mundial- de la que este año se cumplen cien años, ni más de lo mismo.

Virginia Woolf, nacida Stephen igual que su hermana Vanessa, tomó el apellido de su esposo. Lo quiso como una loba, tanto como a sus ocasionales amantes mujeres, pero como loba, siempre volvía a él. El filósofo Ludwig Wittgenstein, el economista John Maynard Keynes, que tan bien o mal conocemos en nuestro país ya que el keynesianismo se ha colado como palabreja en el discurso argento aunque pocos conocen a ciencia cierta de qué va y el biógrafo Lytton Strachey ni mosquearon y hasta puede que no se hayan dado cuenta de este cambio en la elección de objeto de Virginia. De la notable escritora Katherine Mansfield, grupie del círculo, se dice que tuvo una relación difícil con Virginia, vaya uno a saber qué significa difícil. Los cuentos, dimes y diretes del grupo- picantes para la época- ocupan anaqueles enteros en cualquier librería bien surtida.

Particularmente rescato la biografía en dos tomos de Quentin Bell, a la sazón sobrino de Virginia, que vio de primera agua aquello que narra y que va de 1882 a 1912. Habla de otros, no sólo de su tía y su madre, que eran alguien “everybody who was anybody”, como se dice en inglés; Dora Carrington y Duncan Grant, sólo por nombrar dos.

Además de discutir y debatir ideas, tenían tiempo para ejercitar su flema británica y gastar bromas un tanto subidas de tono. Con Grant y otros cinco díscolos idean una farsa. Se disfrazan con turbantes y ropa de grandes visires (foto), como si se tratara verdaderamente del Sultán de Abisinia con su comitiva. En la mañana de un 10 de febrero de 1910 parten hacia donde se encuentra el acorazado de Dreadnought. Son recibidos con honores como corresponde.

Que unos jóvenes, entre los que se encontraba Virginia con un bigote postizo, logren poner en jaque a la armada británica a la que gastaron una de las bromas más sonadas de la época, no es chiste ni una pequeña travesura. Querían demostrar que la seguridad - orgullo de la flota de su época - no era tal. Y lo demostraron en acto.

Quiero decir, así como de pesada fue esta broma, de la misma intensidad y porosidad eran sus discusiones.

La publicidad de la tarjeta plástica mencionada, por demás pretenciosa, afirma aunque no lo enuncie, que es un privilegio pertenecer a ese inmenso grupo- de mucha gente- en el mundo que la usa. Para todo lo demás hace falta talento. Y para ser admitido en el otrora Grupo de Bloombsbury, hacía falta mucho. O sea, fue un grupo para muy pocos.

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