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Revista Domingo |CONTRATAPA

Amor encerrados

14 de Diciembre de 2014 | 00:00

Por ALEJANDRO CASTAÑEDA

afcastab@gmail.com

La policía hoy es tan requerida que a veces, como parte de su aptitud servicial, hasta tienen tiempo de hacerse cargo del desahogo de algún necesitado de la tropa. Esto ocurrió en la garita de acceso del palacio Legislativo de San Luis, un refugio que ha visto roscas y entreveros de todo calibre, pero que ahora le tocó custodiar una apasionado operativo que se diligenció en la vía pública y que tuvo como protagonistas a la jefa de seguridad de la Legislatura provincial, la inspectora Lorena Romero, y al oficial Jorge Moreno.

Ya no hay lugares seguros para la trampa y ellos deberían saberlo más que nadie. Los micrófonos le jugaron una mala pasada a estos especialistas en escondites y sigilo. Acostumbrados a espiar y guarecerse, la encargada de cuidar este recinto y el oficial que la apoyaba, se olvidaron por un rato de esa faena y le dieron alegría al manoseado “in fraganti”.

La idea de salir a vigilantear en yunta deja la vía expedita para que entre sospechas y mensajes se vaya colando en las parejas un deseo de explorar más allá de la repartición. Se empieza hablando de horas extras y de las mañas del comisario y de a poco se va intimando a la sombra de radios y denuncias. Después arrancan las confesiones y al final, mientras cargan y recargan ganas y escopetas, van tomando nota de que la buena compañía mejora cualquier recorrida y que el dúo va a ganar más cohesión y sentido de pertenencia si se le añade al vínculo una atadura más.

En San Luis, uno de los poderes de la democracia, quedó un rato a la intemperie. Los desguarnecidos legisladores debatían a sus anchas sin imaginarse que el par de oficiales encargado de su custodia sesionaba a su manera en la garita del pecado. Mientras Lorena asesoraba al subalterno sobre los alcances difusos de la violencia de género, el oficial Moreno tanteaba entre el habeas corpus y exhortos en busca de evidencias.

Es que la nueva policía debe estar preparada para todo, han dicho los ministros del ramo. No sólo con cachiporras se hace carrera. La fuerza también los necesita amables y dispuestos para poder hacerle frente a las distintas demandas que les plantea el día a día. Las escuelas trabajan en esa dirección. Tras el juramento de práctica, los flamantes agentes salen decididos a sumarse a unos callejones que son capaces de contagiar de furia al más sumiso. Y a la hora del descanso, entonces, cuando se acaban las pizzas y los cuentos, cada uno gerencia su calma como quiere y busca recompensas donde puede.

Las garitas, hasta el allanamiento puntano, habían quedado en desuso. La superioridad quiere policías callejeros y ambulantes. Nada de agentes apostados dejando pasar las horas. Hay mucho trabajo atrasado y mucho vehículo disponible. Se gastó tanto en motos, camionetas, patrulleros, cuatriciclos, motonetas y bicis que hoy los parados están mal vistos y la antigüedad se calcula en kilómetros. Nada de quedarse quietos, han dicho los instructores. La idea de una poli en pleno movimiento hace a la escenografía de una ciudadanía que se conformó con poder verlos cada tanto, montados en lo que sea. Y de allí se habrían agarrado los activos Romero y Moreno para poder responder prontamente a sus repentinos antojos.

¿Dónde ir? Cansados de ver desfilar legisladores y asesores, hartos de escuchar promesas y saludos, sin zaguán ni patrullero disponible, a la encargada y el ayudante no les quedó otra que acomodarse a las dificultades de una garita céntrica que le dio a este amorío legislado y clandestino ese toque de apretujones y riesgo que suele necesitar una buena trampa.

La poli tiene que hacer todo a los apurones. Saben que las urgencias no esperan. Aprendieron en las academias a no dejar para después lo que se puede hacer ahora. Por eso fue todo rápido: no transcurrió ni cinco minutos desde que Romero y Moreno se miraron con ganas hasta que le dieron el “afirmativo” a las entrepiernas.

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