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Opinión |ENFOQUE

Estado de bienestar y autoengaño en EE UU

27 de Noviembre de 2014 | 00:00
Estado de bienestar y autoengaño en EE UU

Por ROBERT SAMUELSON

L os norteamericanos nos enorgullecemos de no tener un “estado de bienestar social”. No somos como los europeos. Somos más individualistas e independientes y aunque podemos contar con una “red de seguridad social” para proteger a la gente contra tragedias personales y sociales impredecibles, repudiamos explícitamente un estado integral de bienestar social porque es algo inherentemente no-norteamericano.

Sigan soñando.

Considerémoslo como un caso masivo de autoengaño nacional. En verdad, a juzgar por la cantidad del ingreso nacional que los países dedican a los gastos sociales, ocupamos el segundo puesto en cuanto a tamaño del estado de bienestar social en el mundo, justo después de Francia.

Esto no es una conjetura. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE)--un grupo de naciones ricas- publicó recientemente nuevas cifras sobre los gastos gubernamentales sociales. Cubren el seguro de desempleo, los pagos por discapacidad, la asistencia a la vejez, la asistencia médica proporcionada por el gobierno, asistencia económica a familias, etc. Según esa medición, Estados Unidos no es un líder. Ocupa el 23° lugar en el mundo y los gastos sociales representan aproximadamente un 19 por ciento del producto bruto interno(PBI). Está un poco por debajo del promedio de la OCDE del 22 por ciento. Francia es el campeón, con un 32 por ciento (los datos son generalmente los últimos disponibles, incluyendo algunos cálculos de 2014).

OTRAS VIAS

Pero, esperen. Los gastos directos del gobierno no son la única manera en que las sociedades proveen de servicios. También canalizan pagos por medio de empresas privadas, alentadas, reguladas y subsidiadas por el gobierno. Eso es lo que hace Estados Unidos, notablemente con el seguro de salud proporcionado por el empleador (que es subsidiado por el gobierno al no contar las contribuciones del empleador como ingreso sujeto a impuestos) y cuentas de ahorros para la jubilación favorecidas por los impuestos.

Cuando agregamos esos rubros a los pagos directos del gobierno, las posiciones cambian. Francia sigue ocupando el primer lugar, pero Estados Unidos salta al segundo lugar, al gastar aproximadamente un 30 por ciento de su PBI en servicios sociales, entre ellos la asistencia médica. Tenemos un estado de bienestar social híbrido, en parte administrado por el gobierno y en parte, derivado a los mercados privados.

El informe de la OCDE está lleno de agudas observaciones sobre los sistemas de bienestar social. ¿Sabían, por ejemplo, que China -heredera de un sistema social comunista- tiene un sistema de bienestar raquítico comparado con la mayoría de las naciones ricas? En 2009, su gasto social equivalió al 7 por ciento de su PBI. ¿Y se dieron cuenta de que, a pesar de todo lo que se habló de la “austeridad”, el gasto social del gobierno apenas se redujo en la mayoría de los países? La OCDE informa que hubo recortes en unas pocas naciones (Grecia, Alemania y Canadá, entre ellas) pero también concluye que “en la mayoría de los países el gasto social sigue en niveles históricamente elevados.”

“Los norteamericanos nos enorgullecemos de no tener un “estado de bienestar social”. Considerémoslo como un caso masivo de autoengaño nacional”

El principal mensaje que los norteamericanos pueden llevarse de este informe es que necesitamos una mayor franqueza. La misma complejidad de nuestro sistema híbrido parece diseñada para disfrazar la realidad de que contamos con un sistema de bienestar social. Creamos un vocabulario nuevo para validar nuestra negación de la realidad. Desde nuestra “red de seguridad”, distribuimos “derechos” que no son “regalos” y que no se clasifican como pagos de “bienestar social”. Fingimos (o algunos de nosotros lo hacemos) que nuestros impuestos del Seguro Social han sido “ahorrados” para pagar nuestra jubilación, cuando los cheques del Seguro Social de la actualidad son financiados principalmente por los impuestos de la nómina de los trabajadores actuales, de la misma manera en que los cheques del pasado fueron financiados por los impuestos de los trabajadores del pasado.

Si fuéramos más honestos sobre estos asuntos, quizás sería más fácil sostener un debate sobre decisiones que, sin duda, son poco populares y difíciles de tomar. ¿Quién merece beneficios, cuántos y por qué? ¿Cuáles son las consecuencias para los contribuyentes y para la sociedad mayor? ¿Tiene sentido nuestra mezcla híbrida de poder público y privado? Son asuntos insistentes que no desaparecerán porque finjamos que no existen.

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