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Séptimo Día |TENDENCIAS

Encuentro en Mongolia: transiberiano, “yurts” y leche de yegua

23 de Noviembre de 2014 | 00:00

Por SILVANO TREVISAN
Ingeniero

ORIENTE EXPRESS TRANSIBERIANO

El transiberiano ruso –tren de línea que corre todo el año- se construyó entre 1891 y 1916. Parte de Moscú y concluye su andar en Vladivostok, sobre el Pacífico, luego de recorrer 9297 kms. convirtiéndose, así, en la vía férrea más larga del mundo. Hoy, esta travesía demanda 8 días, pero antes de él, el mismo trayecto por tierra requería seis semanas.

“El mayor placer para un guerrero es aplastar al enemigo, humillarlo, quitarle sus caballos, apropiarse de todos su bienes y aprisionar entre sus brazos a la más hermosa de sus mujeres”. Con esta arenga Gengis Khan (1162-1227) estimulaba a sus soldados antes de cada batalla

El Oriente Express Transiberiano –tren turístico de verano-, también parte de Moscú pero concluye su recorrido en Beijing, luego de pasar por la Siberia Rusa, las tierras semi-deshabitadas de Mongolia y la parte Este de China. Demora 12 jornadas –pues durante el día se detiene en ciudades y sitios de interés cultural o paisajístico- y atraviesa ocho husos horarios. El Oriente Express llegó a nosotros con sus historias de romances e intrigas, de espías y diplomáticos, de reyes y amantes plebeyas, de contrabandistas y millonarios... Inspiró a Graham Greene, a Agatha Christie y a Hollywood. Pero los personajes verdaderos superaron a los de ficción. Durante la 1ª Guerra Mundial fue escenario de delicadas misiones de espionaje con la seductora Mata Hari; los depuestos reyes de Rumania Carol y María huyeron en él llenando dos vagones con objetos de valor; el Príncipe austríaco Ernest Starhemberg von Schaumberg und Waxemburg se hizo llevar la comida preparada por el más afamado chef de Viena y el Maharajá de Cooch Belar entregó al maitre un puñado de perlas, esmeraldas y rubíes, como gratificación por las atenciones recibidas. También lo utilizaron F. Fauré, Presidente de Francia, en 1895; Halle Salassie, Emperador Etíope; Herber Hoover, Presidente de USA, en 1928 y, mucho más acá… nosotros.

La mayoría de los traslados en tren son un simple intervalo entre una partida y un arribo. En el O.E.T, el itinerario es, en si mismo, una enriquecedora experiencia de viaje, con lecturas, juegos, conciertos, clases de idioma, historia y geografía rusos, charlas con personas de diversos países, paseos por ciudades añejas y pueblos de fábula, breves recorridos náuticos por ríos y lagos y, sobre todo, cambiantes paisajes.

Sentado junto a la ventanilla uno ve pasar la geografía del universo, aunque, a veces, esa geografía no sea más que un pequeño poblado de viejas casas de madera, cerros con cicatrices de erosiones milenarias, blancas tiendas redondas de mongoles nómadas, el Volga y los Montes Urales, un lago azul inmensamente largo, inmensamente ancho e inmensamente profundo (el Baikal), la tundra, la taiga y la estepa, ciudades de enigmáticos nombres como Ulán Ude y Ulán Bator, un desierto amarillo (Gobi), o simplemente cuatro cerdos negros trotando por un estrecho sendero.

También es posible sentir la presencia transparente de Dostoievski y Miguel Strogoff, de Lenín y Mao, de Rasputín y Gengis Khan, de Dr. Shivago y Lara

De toda esa enriquecedora experiencia sólo recordamos aquí el paso por Mongolia.

IMPERIO MONGOL

“El mayor placer para un guerrero es aplastar al enemigo, humillarlo, quitarle sus caballos, apropiarse de todos su bienes y aprisionar entre sus brazos a las más hermosas de sus mujeres”. Con esta arenga Gengis Khan (1162-1227) estimulaba a sus soldados antes de cada batalla. Ese alegato sintetiza el pensamiento del fuerte emperador mongol: matar, saquear y gozar. Varias de sus actitudes sorprendían a los enemigos: 1) su resistencia; 2) su celeridad y destreza para manejar el arco y la flecha sobre caballos lanzados a toda velocidad; y, 3) su crueldad para con el vencido.

Hoy Mongolia tiene 3.2 millones de habitantes y 1.5 millones de km2. Con 2 habitantes por km2 es el país independiente de menor densidad poblacional del mundo. Pero, eso sí, tiene 4 millones de caballos. Y, ¡Oh, curiosidad! Aquel invencible pueblo guerrero, hoy no tiene ejército

Típico caudillo, responsable de una campaña de rapiña y conquista de las mayores realizadas durante el inicio del segundo milenio, se propuso unir a las numerosas tribus mongolas dispersas. Y lo logró. Entonces, encaró su proyecto más ambicioso: conquistar occidente, como ocho siglos antes lo había intentado Atila quien, partiendo también del Asia Central y utilizando caballos mongoles, había llegado hasta las fronteras del Imperio Romano. Para Gengis Khan -la aparición militar más formidable de aquellos tiempos- la empresa era posible. Para ello, como primero debía apropiarse de China. en 1208, al frente de trescientos mil jinetes, atravesó la Gran Muralla, devastó Beijing y ocupó su territorio hasta la costa Este. Luego dirigió su mirada hacia el Oeste y, tras una marcha penosísima a través de montañas, ríos, inviernos y nieve, en 1219 llegó a Asia Central, India y Rusia y se apoderó así de la Ruta de la Seda que unía China con el Mediterráneo. Algo enfermo, y sin completar su objetivo, regresó a Mongolia y allí murió en 1227, siendo enterrado bajo un árbol, como él lo quería. Tenía 65 años.

Hijos, nietos y seguidores continuaron con su proyecto expansivo. Manteniendo la filosofía guerrera de su antecesor, asolaron y aniquilaron poblaciones y arrasando cuanto hallaron en el camino llegaron a Europa, atravesaron el Danubio y en 1241 se establecieron en la antigua Ragusa (hoy Dubrovnik, Croacia). La muerte del emperador de turno frustró el avance y puso fin al gigantesco sueño de Gengis Khan. Entonces, el imperio más extenso del planeta comenzó a declinar hasta desaparecer. El año 1368 marcó el fin del Gran Imperio Mongol y la tranquilidad volvió a Occidente.

Frente a esta epopeya, cabe preguntarse: ¿Cómo es posible que a caballo y usando arcos y flechas hayan podido llegar hasta el mismísimo corazón de Europa, recorriendo más de 4.000 kms.? Es que los mongoles desconocían el concepto de la propiedad de la tierra, sólo defendían la posesión de sus rebaños, y como no tenían patria, ni ciudades, ni bienes que los retuviesen, se movían, solos o en grupos, con tal libertad que los tornaba invencibles.

YURTS

Hoy Mongolia tiene 3.2 millones de habitantes y 1.5 millones de km2. Con 2 habitantes por km2 es el país independiente de menor densidad poblacional del mundo. Pero, eso sí, tiene 4 millones de caballos. El mapa la muestra encarcelada entre dos vecinos gigantes: Rusia y China. Inclinada más hacia el lado soviético, no disimula su ancestral odio hacia los chinos. Se caracteriza por sus escasas lluvias, su cielo eternamente azul y sus vastas llanuras y onduladas colinas, aptas para el pastoreo del ganado. En suma: poca gente, pocos autos, pocas ciudades y pocas autopistas, pero mucha historia, muchos caballos y muchos “yurts” Y, ¡Oh, curiosidad! Aquel invencible pueblo guerrero, hoy no tiene ejército.

Yurts es el nombre que reciben las viviendas de los mongoles nómadas. Se trata de tiendas, generalmente blancas y redondas, construidas con palos, fieltros y pieles que ellos arman y desarman en un par de horas cuando emigran en busca de mejores condiciones climáticas. Una familia suele tener dos, y a veces tres, yurts: uno donde se cocina y se duerme y otro/s para guardar comestibles y elementos de trabajo. Una abertura en el centro de su techo ligeramente abovedado, proporciona al yurt principal iluminación y aireación, pues carece de ventanas y la puerta de ingreso es ciega. Se estima que un 20% de la población vive aún en estas tiendas. Pero en verano, hasta los que habitan en departamentos en Ulán Bator, la capital, cargan sus yurts en camiones (antes lo hacían en camellos) y se instalan en las frescas llanuras o colinas circundantes. Es probable que las ciudades mongólicas de los siglos XIII a XV fuesen sólo una enorme aglomeración de tiendas, con aspecto de campamento más que de urbe.

LECHE DE YEGUA

Una tarde de otoño visitamos un yurt el cual, como antaño, incluía una tropilla: animales fuertes, de poca alzada y sumamente veloces que los mongoles montaban -y aún montan- con gran maestría.

Con sonriente hospitalidad nos recibieron los dueños “de casa”, un matrimonio relativamente joven –imposible descubrir la edad a través de rostros de pómulos rojizos tan curtidos por la dura vida de gente trashumante- con un hijo de unos diez años y una joven guía mongola quien ofició de intérprete. Bien alimentados y relativamente bien vestidos, fue fácil advertir que en un escenario pardo como el que los rodea prefieren los colores vivos: gorros rojos, pantalones azules y botas multicolores.

Con verdadero orgullo, nos mostraron sus equinos –cerca de 50- y en particular sus yeguas y potrillos. Allí comprobamos su pasión por estos hermosos ejemplares, amor que los ha llevado a colocar hasta en el emblema nacional un jinete galopando hacia el sol naciente. La dueña de casa, como una ofrenda de bienvenida, nos invitó a presenciar el ordeñe de una de esas yeguas para lo cual primeramente le acercó su potrillo de pocos días. Concluida esta demostración, que realizó personalmente, nos trasladó al interior de su “hogar”, que denotaba una cálida atmósfera familiar. Constaba de una pequeña cocina a leña en el centro, con un tubo o tiraje que atravesaba el techo y salía a los cuatro vientos, una mesa precaria, varias sillas pintadas de verde y amarillo y unos pocos y sencillos muebles donde predominaba el rojo. Las camas ocupaban el perímetro del cilíndrico espacio. Un grueso palo central sostenía el techo, ligeramente abovedado, con costillas de madera y cobertura de pieles y un manto de PVC impermeable. Con una sonrisa pícara la señora nos hizo degustar -¿gustar?- la leche de yegua recién obtenida. Tratando de no respirar tomamos el jarrito y afrontamos el desafío. ¡Exitosamente! Un pampeano como quien esto escribe, recordó entonces aquellos tiempos de su niñez cuando solía tomar leche, aún tibia, al pie de la vaca, sentado en un banquito; y decidió que un pequeño sorbo de leche de yegua era más que suficiente. Luego, la anfitriona nos demostró cómo fabricaban crema, manteca, queso y el “airag”, típica bebida alcohólica mongola obtenida a partir de la fermentación de la misma leche, que luego guardan en grandes cuencos. Esta vez, cortésmente, reusamos catarla.

Al salir del redondo habitat un jinete pasó raudamente frente a nosotros: era el pequeño hijo quien demostró que conservaba la habilidad de los jinetes de Gengis Khan, montando en pelo y desplazándose a gran velocidad. Es que el hombre genuinamente mongol no ha cambiado mucho su vida y conserva, con altivez, sus tradiciones, en este dilatado vacío entre tierra y cielo.

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