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Información General |SUENA RARO, PERO ES LA ERA DE LA “PROCRASTINACION”

Dejar para mañana lo que podemos hacer hoy

“El lunes empiezo el gimnasio”, “en febrero rindo este final”, “la semana que viene arranco la dieta”, son frases que escuchamos y decimos a diario. Posponemos muchas de las tareas que sabemos que tenemos que hacer. ¿Por qué? ¿Qué nos hace dejar para mañana lo que podemos hacer hoy?

22 de Noviembre de 2014 | 00:00

Por ROSARIO MARINA

Procrastinar no es una palabra que escuchemos todos los días, tampoco era algo que decían nuestros padres -dejá de procrastrinar nena y lavá los platos de una vez-, y pocos sabemos lo que significa. Pero muchos, lo hacemos más de lo que imaginamos.

La definición de la Real Academia Española deja mucho que desear. Dice: “diferir, aplazar”. En realidad viene del latín; pro significa adelante, y cras hace referencia al futuro, por oposición al hoy. Cicerón ya había retado a los procrastinadores cuando dijo: “En la ejecución de los asuntos, la lentitud y la procrastinación son odiosas”. Platón y Aristóteles decían que los seres humanos somos racionales, por lo que debíamos ser razonables y basar nuestras acciones en la reflexión. Pero veían que eso no pasaba, entonces le echaban la culpa al problema filosófico llamado akrasia: el misterio de por qué elegimos hacer otra cosa en vez de lo que sabemos que es mejor para nosotros.

La agenda sabe de estos comportamientos: listas del tipo ir al supermercado, regar las plantas, estudiar, anotarme en el gimnasio. Y si uno es parte de ese grupo de gente que tacha lo que va haciendo, seguro algo quedará sin su rayón. Estamos en noviembre y, si encontráramos un papelito que escribimos en enero sobre lo que queríamos hacer en el 2014, probablemente nos demos cuenta de que hicimos menos del 50% de lo que deseábamos hacer. ¿Por qué dejamos lo importante, por qué lo urgente suele ganar la partida?

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Intento escribir esta nota y no dejo de procrastinar. Me hago un mate, abro el Facebook, chusmeo un poco la vida de la gente, me reto en voz alta, me digo “ponete las pilas, dale, terminá de leer un artículo por lo menos”, entonces googleo procrastinar y mientras abre esa página pongo música, abro otra pestaña y miro los mails, contesto alguno, elimino todo el resto, y me doy cuenta que ya pasó una hora y todavía no sé qué es procrastinar ni cómo se escribe.

Un procrastinador pospondría, incluso, aprender a nombrar su propio problema.

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Podemos posponer actividades por depresivos o perfeccionistas, por baja tolerancia a la frustración o por tener demasiada autoconfianza. ¿Esto quiere decir que todos somos procrastinadores?

El psicólogo canadiense Piers Steel, profesor de la Universidad de Calgary y autor de Procrastinación: por qué dejamos para mañana lo que podemos hacer hoy, dice que una suma de tres factores que nos hace patear las asignaturas pendientes. “La predisposición a valorar las necesidades inmediatas por encima de los planes a largo plazo (impulsividad), el grado de confianza en alcanzar el objetivo (expectativas) y el placer que nos proporcione realizar la tarea (valor). De ello se deduce que las tareas que menos posponemos son aquellas que disfrutamos y que nos sentimos capaces de hacer correctamente.”

Los expertos dicen que en realidad procrastinar no es un problema en sí mismo, sino el síntoma de otros problemas como el propio perfeccionismo, la vulnerabilidad a las críticas negativas y el miedo al fracaso.

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Todos posponemos por distintas razones lo que sabemos que debemos hacer. Algunos poco tiempo, otros mucho. Algunos pocas tareas, otros casi todas. Pero a la hora de decirlo en público, nos escondemos. Nadie quiere que su nombre aparezca en el diario, mucho menos una foto suya sonriendo con un epígrafe abajo que diga: yo procrastino.

V. tiene 26 años y en su trabajo nadie adivinaría que es una procrastinadora; sus compañeros no saben que ella se considera una posponedora de la vida cotidiana. En la oficina su ansiedad la puede, no le gusta dejar las tareas por la mitad, si le piden algo no se va hasta que no lo termina. Pero si le preguntáramos a su dentista, él no creería lo mismo.

Las fotos del cumpleaños de una amiga son la prueba: su mirada de perro apaleado, la mano en la mejilla, el dolor repentino en el medio de una noche que prometía, su necesidad de tener algún calmante siempre a mano. Nada de esto la hizo considerar volver al dentista, le tiene pánico. Más de un año vivió con dolor crónico hasta que su madre la arrastró al consultorio, le sacaron tres muelas y ya no volvió. “Algún día voy a ir al dentista a revisarme, pero por ahora no”, confiesa V. Siempre es mañana para ella, mientras tanto aguanta.

A la noche, por más largo que haya sido el día, V. lee o mira series hasta estar segura de que al apoyar la cabeza en la almohada se quedará dormida. Si no lo hace, todas sus tareas pendientes volverán a perseguirla apenas cierre los ojos. No pagué los impuestos, no cobré el cheque, no fui a buscar el título, no hice las compras, no escribí. La vocecita culposa no se calla. V. da vueltas y vueltas en la cama y despierta agotada.

Desde hace casi dos años, desde que entregó la tesis –un libro periodístico sobre género- hasta hoy, a V. se le ocurrieron miles de historias para contar: la de su padre en Malvinas, la del pueblo donde un joven disparó contra sus compañeros en la escuela, la de un club donde la gente rompe televisores para descargar broncas, la de la mujer de un famoso ladrón. Pero no escribió ninguna. “Hasta cuarto año de la carrera pospuse salir a la calle y enfrentarme a uno de los desafíos claves de la profesión: conseguir y hacer una entrevista. Me tomaba más trabajo inventarlas y que sonaran creíbles que hacerlas”.

V. procrastina por miedo: al fracaso, al dolor. Procrastina por pereza, por desgano, por falta de voluntad. V. necesita la presión de otro, ya sea un jefe, un mentor. Sin una fuerza externa que la obligue, ella pospone.

Desde que se vino a vivir a La Plata, se propuso todos los años empezar un deporte. Primero handball –aunque ni siquiera escribió en google “handball en La Plata”- después la natación. “Un verano vi una competencia y me imaginé ganando una medalla al año siguiente. Me traje la malla deportiva y la gorrita en la valija, pero ni siquiera averigüé por piletas cuando volví”. V. tiene una lista mental de lo que se propuso y no hizo desde que vive en esta ciudad: piano, teatro, inglés, locución, italiano, tenis, danza y KickBoxing.

John Perry, filósofo canadiense, autor del libro La Procrastinación eficiente hace un mea culpa: “Hacía meses que tenía la intención de escribir este trabajo. ¿Por qué lo hago ahora? ¿Por qué por fin he encontrado un tiempo sin obligaciones? Error. Tengo exámenes que corregir, pedidos de textos que rellenar, una propuesta de arbitraje de la National Science Foundation y borradores de tesis doctorales que leer. Estoy trabajando en esto para no hacer todas esas otras cosas”.

Y eso es lo que él llama procrastinación estructurada, una gran estrategia que convierte a los posponedores en personas muy efectivas, que, desde afuera, parecen manejar sus tiempos a la perfección.

John Perry le diría que V. que es una procrastinadora estructurada.

C., en cambio, es muy ordenada en su vida cotidiana, va a todos los especialistas que puede, saca turnos a tiempo, se pone cremas a la noche, ordena la ropa de invierno por un lado, la de verano por otro, organiza y reparte las tareas que debe hacer cada uno de sus hermanos en la casa. Pero cuando se le pregunta si conoce a un procrastinador, revelará “Yo, soy una”. Hace un año que está de novia a la distancia con un chico que vive en Córdoba. Él se está por recibir de ingeniero, ella ya es relacionista pública. Primero decía que antes de irse ella a Córdoba a radicarse con él, iba a esperar a que el chico se recibiera, después unos meses más para que pueda usar la plata del trabajo como quiera y no tenga que mantenerla, ahora quiere conseguir trabajo antes. Ella podría ser una procrastinadora organizada: se dijo a sí misma, mientras guardaba la ropa de invierno, que no volvería a sacarla hasta no vivir con él.

Entonces, después de todo, ¿esto se cura? “Seguramente se encuentre un alivio y una solución al padecimiento, y pongo el acento en la palabra padecimiento porque, lo que en un inicio pareciera ser un rasgo de personalidad, (que se muestre como dudoso, que no sabe lo que quiere) con el tiempo se puede tornar en un síntoma que traiga malestar e incomodidad”, explica Paula Grossi, psicóloga platense.

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Internet está lleno de consejos -7 tips, 10 pasos- para dejar de procrastinar. El problema es que los que somos posponedores seriales probablemente no vayamos a buscar en la web ese tipo de respuestas, vamos a estar en las redes sociales o mirando videos graciosos. Además, diez pasos para un procrastinador es demasiado.

B. tiene 28 años, es Licenciado en Biología y trabaja de carpintero. Empezó a estudiar en el 2004 y terminó hace tres meses. Cuando se va a dormir la cabeza no para: que tiene muchas cosas que hacer, que no le va a alcanzar el día, que no se puede dormir; termina levantándose tarde porque está cansado, y efectivamente no le alcanza el tiempo. Lo único que logra despejarlo es la bicicleta. Va a todos lados pedaleando y es ese movimiento el que lo hace olvidar lo que lo tenía tan preocupado la noche anterior.

Dejó pasar finales no por creer que no había llegado a estudiar toda la materia, no por enfrentarse a la falta. No. B. no rendía por miedo a aprobar y tener que empezar con otro final y así llegar a recibirse. B. tenía miedo al comienzo de una etapa nueva.

“Fue Freud, el creador del psicoanálisis, quien identificó mejor a la procrastinación como uno de los mecanismos de defensa que se utilizan en las estructuras obsesivas. Esas personas postergan sus actos para no encontrarse con aquello que desean, no pueden concretar la acción que los llevaría a encontrarse con lo que quieren”, le diría la psicóloga Paula Grossi.

Pero la vida de B. no siempre fue así. “Empecé a posponer lo importante con los ataques de pánico y a considerar eso como una enfermedad crónica. El miedo a un evento hacía que me sea más seguro no enfrentarme a lo nuevo e importante que salir y hacerlo”. Eso nuevo e importante era, muchas veces, viajar. Pero ahora que terminó la facultad planea irse a Uruguay. Si no le sale una beca en Bariloche, parte al país vecino. “A vivir no sé de qué ni sé cómo, pero a vivir sobre todo”, dice.

Si le tuviera que hablar a otro B., a su imagen reflejada en el espejo, le diría: tenés que aprender a diferenciar lo importante de lo urgente. “Porque a veces uno pierde la noción de esa diferencia y todo se termina volviendo urgente por posponerlo y esperar a último momento, e inclusive a veces a que se pase el momento con la excusa de ´no llegué a tiempo´”.

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Mientras tanto, miro este artículo que ya se termina y me dan ganas de ir a ver qué hace la gente en Facebook. No es aburrimiento, es que pienso en todos los temas sobre los que me gustaría escribir y me apasionan tanto que quiero hacer todos a la vez. Y no puedo. Pero sigo escribiendo esta nota sólo para no tener que descolgar la ropa que lavé hace tres días, ni lavar los platos de ayer, ni vestirme, ni salir de la cama.

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