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Escribe Monseñor DR. JOSE LUIS KAUFMANN
En la lectura atenta y considerada de la Sagrada Escritura, cada corazón leal encuentra las enseñanzas que conducen a la Vida. Sin embargo, habrá que vencer siempre una peligrosa tentación, que consiste en pretender el fraccionamiento de su contenido para “usar” solamente aquello que coincide con las conveniencias personales.
Es absolutamente cierto que Dios es Amor infinito, que su Misericordia no tiene medida, que Él no hace acepción de personas, que quiere la Salvación de todos. También es verdad que nuestra confianza en Él nunca jamás quedará defraudada. Pero no puede soslayarse que Dios es el Justo Juez universal y que, por lo mismo, todo malvado tendrá que saldar sus deudas, es decir: tendrá que cambiar su conducta y reparar el mal que hizo, porque de lo contrario también para él llegará el tiempo de rendirse ante la Justicia divina (aunque haya evadido la humana).
“El que cava una fosa caerá en ella y el que tiende una red quedará enredado. El mal que se comete recae sobre uno mismo”
Uno de los libros de la Biblia, que lleva el nombre de “Eclesiástico”, que significa “libro de la asamblea”, fue escrito por un tal Jesús, hijo de Sirá – en hebreo “Ben Sirá” – hacia el año 180 antes de Cristo. Entre sus numerosos llamados de atención dice: “El que tira una piedra hacia arriba, la tira sobre su cabeza, y un golpe traicionero hiere también al que lo da. El que cava una fosa caerá en ella y el que tiende una red quedará enredado. El mal que se comete recae sobre uno mismo... Caerán en la red los que se alegran de la caída de los buenos y el dolor los consumirá antes de su muerte.” (27, 25-29)
Se trata, como es evidente, de una verdad lapidaria. Pero, si es asunto de aplicársela a uno mismo, posiblemente se prefiera ignorarla. Sea como fuere, la verdad subsiste como una sentencia definitiva.
Todos los cristianos tenemos la grave obligación de revisar con frecuencia nuestra conciencia (hacer examen de conciencia), a fin de arrepentirnos y enmendar los males que hayamos cometido, exigiéndonos en adquirir una vida acorde al Evangelio. Asimismo es un deber de gratitud el reconocer la ayuda de Dios en tantas cosas buenas que hayamos podido hacer.
Para que se dé una verdadera disciplina espiritual, que haga de cada bautizado un discípulo fiel de Jesús, será necesario adquirir – siempre y sólo con la Gracia de Dios – un corazón atento y dócil a su divina Palabra, inclusive cuando nos advierte que “quien las hace, las paga”.
¿De qué le sirve a alguien mentir, engañar, maltratar, calumniar, ofender, falsear, difamar, malversar, robar, matar...? ¡Ante todo será de perjuicio y daño a sí mismo! Sí, porque por grande que sea el delito que cometa contra otro, siempre será peor la consecuencia que tendrá que sufrir en él. Sí, porque cualquiera de tales cosas, en un abrir y cerrar de ojos, tarde o temprano, se transforman en la más peligrosa de las armas que caerá sobre el pobre pecador. Hemos llegado a un caos social en que niños y jóvenes asesinan a sangre fría sin que les importe nada, ni siquiera la propia existencia; lo cual es consecuencia de haber expulsado a Dios de la educación, de la justicia, de la política, de la vida…
Dios no quiere el daño, el castigo, ni la muerte del malvado, sino que cambie de conducta y se salve. Pero la respuesta depende de la libertad individual. Por lo tanto, será cuestión de ser precavido, y evitar toda ocasión próxima a cualquier mal.
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