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Revista Domingo |INTERÉS GENERAL

Jeff Koons, un artista de la modernidad

19 de Octubre de 2014 | 00:00

Por LIZ SPETT

lizspett@gmail.com

Con la retrospectiva de Jeff Koons cierra sus puertas el actual edificio del Whitney Museum, obra del arquitecto Breuer, para trasladarse a un ambiente más cool, en la parte baja de Manhattan en la primavera de 2015. Es la primera vez que un artista ha ocupado prácticamente todos los pisos del edificio.

Ok. Ya fue presentado el artista, la respetabilísima institución dónde expone, ahora toca hablar de la gente que la visita. O, al menos la que vi. Encontré risueños a sus concurrentes, hace menos de un mes. De buen aspecto, inmejorable atuendo, con predominancia del beige lavadito en sus prendas y un prolijo pelo que lucha y vence al frizz en las más que adultas y en las jóvenes también. Me preguntaba si esas sonrisas se referían a algo así como ¿me están cargando?, con una erre- “r”-. Sin esa consonante en el medio de la a y la g, no se hubiesen interrogado. Tendrían la respuesta. Hagan la prueba de nombrar esa palabra sin la erre.

Se trata de una obra alegre, hiperrealista - jamás nadie imaginó un miembro viril de esas dimensiones- sin demasiada clave interpretativa, más que la sumatoria del Pop-Art interpretado por Andy Warhol hace cuarenta años. Si a eso se la suma mucho marketing - conocer los gustos del público -, la explosión de una escala monumental y algo de humor, tendremos un Jeff Koons auténtico, convenientemente legitimado por la clase de personas que visitan la muestra.

El famoso perro hecho a la manera de los animadores de fiestitas infantiles con globos, de un material resplandeciente como el de los adornos que cuelgan del árbol de Navidad - Baloon-dog - te dibuja una sonrisa. Tal vez se llegue a entender por qué el ex marido de Ilona Stallier - más conocida en estas tierras como la Cicciolina, que llegó a ocupar un cargo político en Italia y a bailar por televisión ya sabemos dónde en estas tierras - es uno de los artistas vivos más caros. Se pagaron 58 millones de verdes por una de sus obras.

Si no te dibuja una sonrisa tenés que tener una muy mala onda, en cuyo caso, mejor hubiese sido ahorrarte los 25 dólares que te costó la entrada o hacer la cola del día gratis de admisión. O preguntarles a las señoras de beige mayores qué les estaba explicando la aún mayorcita guía; de qué se reían. En definitiva si un artista siempre tiene algo para transmitir, podrías preguntar elegantemente a las señoras y siempre con una sonrisa: ¿qué?

Viene a cuento la obra de teatro Red donde Julio Chávez personifica al pintor ruso-norteamericano Mark Rotthko. En ella Chávez-Rothko se pregunta por la función del arte, del artista y su obra. El maestro sostiene una teoría del color- distintos matices de un red-rojo o de un negro-black-, en relación a estados profundos y enigmáticos del alma. Rothko no tuvo mucho tiempo de desmenuzar y transmitir su pensamiento. Antes se suicidó.

Jeff Koons de alguna forma puede ser entendido como un precursor de las selfies. Las gigantografías donde aparecen él con la Cicciolina dan acabada muestra de esto. No es el primer artista que se autorretrata en una obra. En el famoso cuadro Las Meninas de Veláquez, dedicado por el artista a la familia de Felipe IV,- joya del Museo del Prado- se lo puede ver pintando su obra. Hay un juego de espejos, de perspectiva de luz, de sombras.

Jeff Koons, en cambio, te tira en una foto gigante, en crudo, lo bien que lo estaba pasando con la Cicciolina pronúnciese Chicholina. Estaban chichoneando.

Koons estudió arte, es verdad, pero también trabajó como bróker de la bolsa en Wall Street, ese pequeño gran continente del sur de Manhattan, donde no se trata de correr; sino de volar.

Yo entiendo; es difícil curar una obra. Sobre todo cuando hay tanta vanidad-selfie en exhibición.

Lo que más me gustó fue una escultura de Buster Keaton, quien jamás se rió en público. El artista tuvo a bien no representarlo con una sonrisa gerenciada para la ocasión. Gracias Jeff.

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