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Séptimo Día |TENDENCIAS

El hombre que amaba la compañía de las bestias

Guillermo Martín Davids vivió toda su vida rodeado de animales. Metáfora de lo que somos y de nuestro propio instinto de supervivencia

28 de Septiembre de 2014 | 00:00

Por JOSE SUPERA
Escritor

PRIMER CONTACTO ANIMAL

Qué hay más allá de nuestros límites humanos. Qué existe más allá de nuestra especie. Y el hombre extiende su mano, creyéndose también animal el hombre, buscando el contacto con su espejo más peludo, de colmillos y mandíbulas prominentes, un animal que es todos los animales y que también es hombre, ese hombre que ahora extiende su dedo en la oscuridad y busca el contacto con la bestia, una bestia que también es él, y dos dedos en la penumbra se tocan, el contacto primitivo, el chispazo, imagínelo usted lector, porque será la luz de esta nota la que salga de adentro de usted, imagine la punta del dedo de un hombre y la punta del dedo de un mono, tocándose, para resignificar, toda, absolutamente toda, nuestra existencia.

De chico soñaba con selvas de frondosa libertad y alaridos de animales desconocidos: se despertaba en el medio de la noche, transpirado pero con los ojos bien abiertos, excitadísimo, sabiendo que era eso, era eso que tenía adentro suyo lo que quería para siempre

Y todo pasa a unas cuadras de su casa, mi querido lector.

Todo pasa en el medio de un bosque que ya no está encantado.

SEGUNDO CONTACTO ANIMAL

Pero ahora es 1971 y nos metemos en la selva que tiene en la cabeza Guillermo Martín Davids. Ama los animales desde que tiene uso de razón. Tiene 17 y ya piensa seriamente en irse de esta realidad hacia otra. Su introversión lo lleva hacia el exterior. Subirse un barco para bajar al mundo real. Un buque de carga. Su destino: Kenya, África Oriental. Su trabajo: Guardafauna. Pero wait a minute, a dónde vas, Guillermo, si a veces la realidad que te rodea está más desprotegida que la que te espera a cientos de miles de millones de kilómetros. Y entonces Guillermo no se va nada, se queda. Algo le dice que tiene que quedarse. Y ese algo es un trabajo de guía en el zoo del Bosque. Y una cosa va llevando a la otra, como lianas de las que se cuelga, porque después estudia zoología, y se recibe de Técnico Naturalista, y luego se introduce en la carrera de Museología. Pero estar metido estudiando lo ahoga. Siente que la silla y los papeles y el encierro no son los suyo. De chico soñaba con selvas de frondosa libertad y alaridos de animales desconocidos: se despertaba en el medio de la noche, transpirado pero con los ojos bien abiertos, excitadísimo, sabiendo que era eso, era eso que tenía adentro suyo lo que quería para siempre.

TERCER CONTACTO ANIMAL

Había animales que decían que eran feroces pero la palabra feroz es un invento del hombre legitimado por una real academia de palabras que el animal no entiende, porque el animal es instinto y no engaña, por eso Davids descubre que en el Jardín Zoológico y Botánico donde trabaja, ese grupo de animales considerados feroces, requieren afecto y contacto como cualquier otro ser vivo. Pero después alguien le quiere enseñar que la necesidad de afecto la desarrollan varias especies para paliar algunos problemas del cautiverio. Pero en el fondo, muy en el fondo, Davids no acredita a esa teoría. Quiere amor. Punto. Y entonces acepta vivir enjaulado con la elefanta Pelusa. No es una cuestión de compromiso con su trabajo, es algo más parecido a querer a alguien con pasión, pero también a tratar de descifrar ese enigma gigante. Ahora es 1976 y cría al león Ndugu porque la madre no puede producir suficiente leche. Después de unos años Ngudu es trasladado al zoo de Rawson. Cuando el personaje de nuestra nota lo visita, el animal lo sigue permanentemente desde su jaula, mostrando signos de exaltación. Los cuidadores son testigos de cómo ruge el león las noches siguientes a la partida de Davids, su antiguo cuidador. La bestia rugiéndole a la luna en el medio de la noche, llamando a su amigo, que ya se volvió a la jungla de cemento.

CUARTO CONTACTO ANIMAL

Y nuestro personaje un día entendió que los animales le daban un afecto que no encontraba en sus pares humanos. Había una barrera con los hombres. Rejas imaginarias. Que no podía romper. Que tenía miedo de no poder romper nunca. La introversión hacía que el joven Davids se alejara y desconfiara cada vez más de la gente. Con las caricias sobre esos pelajes sentía retroalimentación. Pero fue a través de su relación con los animales que se volvió más humano. Y fue que acariciándolos a ellos y hablándoles, se daba cuenta que la gente lo tenía en cuenta, que lo valoraba, y las rejas y todos los muros que había construido en su cabeza se fueron cayendo de a poco, para que el joven Davids ahora también pudiera socializar con sus semejantes. Había un grupo de guías de ambos sexos en el zoo. Nunca había salido con chicas Davids. Pensaba en machos alfa. Ni en grupo había salido. Pensaba en manadas. Pero ahora le hablaban de ir tocar la guitarra, a bailar, y se dio cuenta que eso también le gustaba, que era lo que quería para su vida en ese entonces. Y también se dio cuenta que había salido. Había abierto la puerta de su jaula mental.

QUINTO CONTACTO ANIMAL

Hasta que a principios de los 80 llega Tomy, un chimpancé de tres años y medio, canjeado con un circo. El director del zoo le pide a Davids que se haga cargo de la situación. Que le mantenga el entrenamiento del circo. Pero Davids sabe cómo es el entrenamiento de un circo. Duda en aceptar. Lo convence el cirquero cuando viene a darle instrucciones sobre el “uso del producto”. Lo único que le dijo era que debía usar un trozo de manguera rellenada con arena para castigarlo si no hacía lo que quería. Pero más que entrenarlo, sabía, debía darle el entorno afectivo que necesita un niño chimpancé. Más cuando había perdido a su madre. Davids se encierra con el animal todos los días. Trata de comportarse como uno de su especie. Pasan juntos un año, dos, tres, diez, veinte, veintiuno. Davids se había dado cuenta. No podía independizarse de Tomy porque las necesidades afectivas del animal también ahora eran sus necesidades. Davids, en un abrir y cerrar de ojos, se había convertido un poco en chimpancé. Había vuelto a sus orígenes más primitivos.

SEXTO CONTACTO ANIMAL

Hoy Davids, está gestionando el traslado de Tomy y Judy (otro chimpancé) al Santuario para Grandes Primates de Sorocaba (Brasil). Llevar a Tomy a su mejor futuro posible. Él ya no puede cuidarlo: lo jubilan a fin de año. Posiblemente, dice Davids cerrando ya esta nota, serán los primeros chimpancés de Argentina tratados como “personas no humanas”, sin transacción de por medio: ni canje ni venta. Quizás sea el primer paso, empezando por nuestros parientes más cercanos, para que los zoos de Argentina cambien definitivamente hacia ser establecimientos que sean lo que deben ser en el siglo XXI, cuando se están degradando seriamente los hábitats naturales, no dejando alternativa a que pasen a ser refugios de supervivencia para muchas especies, pero también como Arcas de Noé, para que quizás algún día, si para este “gran diluvio”, los amigos animales puedan volver a su lugar natural.

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