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Séptimo Día |PYONGYANG

La cara más moderna de un régimen anclado en el tiempo

La capital norcoreana intenta progresar, en el marco de un país regido por un férreo modelo comunista, con un salario mensual promedio equivalente a unos 50 dólares al cambio oficial

21 de Septiembre de 2014 | 00:00

Pyongyang se moderniza. El joven Kim Jong-un (que sucedió a su padre, Kim Jong-Il) está transformando la capital norcoreana, vidriera del régimen. Calles con movimiento de tránsito, nuevos edificios e incluso un exclusivo club hípico son la nueva imagen de una ciudad hasta ahora anclada en el pasado.

Las señoritas que manejan el tránsito en Pyongyang, famosas en otros tiempos por dar indicaciones durante horas en intersecciones vacías, tienen más trabajo que nunca estos días. Sobre el agrietado asfalto de las calles los autos particulares, taxis y camionetas van poco a poco ganándole terreno al que todavía es por lejos el medio de transporte más utilizado en el país: la bicicleta.

Aunque tener un vehículo automotor todavía es prohibitivo para los habitantes que dependen del sueldo estatal -unos 5.000 wones mensuales promedio, 50 dólares al cambio oficial-, las crecientes élites sociales de la capital viajan en taxi o se pasean en sus Pyeonhwa de fabricación local en los casos más modestos.

Una minoría más pudiente tiene el privilegio de pasar con sus BMW o Mercedes Benz a los desvencijados tranvías y micros oruga. No es extraño ver vehículos de estas marcas en los restaurantes más selectos y los nuevos -aunque modestos- centros comerciales del centro de la ciudad.

UNA GRAN VIDRIERA

Y es que algo está cambiando rápido en la vieja Pyongyang, la ciudad de más de tres millones de habitantes que el régimen enseña con orgullo al exterior como la gran vidriera de su ortodoxo modelo comunista anclado en la Guerra Fría y que desde entonces lucha por sobrevivir.

Decenas de barcos extraen arena sin parar del río Taedong, mientras miles de obreros trasladan los cargamentos desde la ribera a diversos puntos de la metrópolis. “Es que ahora se está construyendo muchísimo y se necesitan materiales”, explica una de las guías que acompañan a un reducido grupo de medios internacionales en una visita a Pyongyang.

Kim Jong-un llegó al poder en diciembre de 2011 y desde entonces se ha finalizado el megacomplejo de torres residenciales de la calle Changjon, el Teatro del Pueblo, el mayor hospital pediátrico de la ciudad y un nuevo y flamante edificio del museo dedicado a la Guerra de Corea (1950-1953), entre otros.

El Rungrado Primero de Mayo, el mayor estadio de fútbol del mundo, está siendo modernizado, y la remodelación del complejo polideportivo Chejuk concluyó meses atrás. El deporte, aseguran los expertos, es uno de los créditos de Kim Jong-un para mostrar al mundo la mejor cara de un régimen que aísla en una burbuja a sus ciudadanos y que, según la ONU y organizaciones internacionales, comete graves violaciones de los derechos humanos.

PARQUES Y CLUBES INACCESIBLES

Otras nuevas aperturas son el parque acuático de Munsu y el nuevo club de equitación de Mirim en 2013, instalaciones ambas prohibitivas para el norcoreano de a pie al costar la entrada hasta cuatro veces el sueldo promedio mensual.

En todo caso, los motores, el hormigón y el asfalto no son los únicos indicios de cambio en Pyongyang. Sobre la monotonía estética de unos habitantes con vestimentas de apariencia pobre y antigua brillan en las calles los elegantes tacos altos, vestidos y accesorios de buena parte de las mujeres jóvenes.

“Lo compré por aquí, en el centro. Mis amigas tienen bolsos parecidos, porque están de moda estos días”, comenta Kim Hae-mi, de 25 años, cuando se le pregunta por su bolso negro Prada -eso sí, de imitación- que eligió “porque hace juego con los zapatos”.

Al igual que muchas otras chicas de la ciudad, Hae-mi pasea en pareja con una amiga bajo una sombrilla estampada para evitar que el sol le dé en la cara y arruine su esmerado maquillaje.

En cuanto uno se aleja de Pyongyang, no obstante, la imagen cambia. En la periferia rural las señoritas de las sombrillas desaparecen para dar paso a enormes grupos de trabajadores de todas las edades que, precariamente, realizan tareas en el campo y portan pesadas cargas al hombro o en carretillas viejas. Por escasos kilómetros se quedaron afuera de la vidriera comunista de Corea del Norte.

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