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Séptimo Día |TENDENCIAS

Desaparición de la palabra

14 de Septiembre de 2014 | 00:00

Por JOSE SUPERA
Escritor

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Régimen dictatorial de mi mente clausurando-censurando-extirpando palabras que salen de mi cabeza y ahora van a escribirse en un blanco que es aire y luz y todas esas cosas que todavía restan por decirse en esta nota.

------Censurado------

------Censurado------

------Censurado------

Censurado por mi propia mente.

2

Hace unos años, en un libro de visitas en una muestra del grupo La Grieta, un señor deja escrito este comentario. “Cuando volví del exilio, había un chalet de dos pisos, construido en el terreno donde yo había enterrado todos mis libros”. En el libro de visitas deja la dirección de la casa que está construida sobre esos libros. Deja su nombre, deja su dirección. Pero ya no se puede hacer nada. La historia ha caído encima de esos volúmenes. El peso de una casa. El peso de la historia. Que ahora es propiedad privada. Que no puede romperse. Pero los libros estaban y están y estarán toda la vida ahí. Puede que ese hombre necesitara que alguien más que él sepa esa historia. Sacársela pero a la vez seguir cargando con ella. Durante toda su vida. Como algo que no se dice nunca a nadie. Pero un día, se dice.

3

En el 2004, en algún inexacto punto de nuestra city, alguien halla-encuentra (pero también, a modo inconsciente, quizá ese alguien buscaba-investigaba, sin saber o sabiendo) un libro escondido en el taparrollo de una persiana. Alguien había escondido un libro en un taparrollo de una ventana. Esas manos-alma le habían dado un valor más allá del tiempo y la vida y las épocas a un libro. Después, quizás, habían olvidado ese volumen. Pero le había salvado la vida, porque los libros son vida.

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La que me cuenta estas cosas es la profesora y escritora Gabriela Pesclevi. Estamos en mi departamento. Tomamos té de limón y jengibre. De fondo flota la música esponjosa de Sufjan Stevens. Se explaya en lo que me venía contando. “Es algo muy simbólico el acto de esconder un libro para protegerlo. Por eso digo: lo sobrevivieron a ese libro que escondieron. Cuando damos talleres/jornadas, se acerca gente y nos cuenta que tiraron libros a la hoguera, fuego, o que lo sacaron del algún lugar por miedo, o que la abuela no sé cuánto”.

Pero antes que escritora y docente en Trabajo Social, antes que los talleres de literatura, y de la coordina de la biblioteca infantojuvenil que hay en La Grieta, antes que todo eso, Gabriela Pesclevi, es coleccionista, coleccionista de palabras perdidas, coleccionista de mundos/libros que, en su preferencia, fueron prohibidos, aunque más que prohibidos, censurados. Coleccionista de lo invisible es Pesclevi. De libros para chicos y no tan chicos.

“A mí me fascinaron siempre los libros, soy una coleccionista sin dinero, pero que ese dinerillo que anda dando vueltas en mi vida lo pongo en la literatura: busco libros desde que soy pequeña. En La Grieta fundamos una pequeña biblioteca que es medio híbrida pero podríamos decir que es un recorte entre arte y literatura infantil y juvenil. Me interesan los libros desde que tengo uso de razón”.

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Pesclevi es autora de “Libros que muerden”, un volumen editado por la Biblioteca Nacional que reúne los libros infantiles y juveniles prohibidos en las últimas dos dictaduras. Todas las hojas del libro son dibujos, un collage, un libro lleno de colores. Todas las hojas dibujos. Es que los libros infantiles son imágenes. El libro evoca los libros de la infancia.

Pero todo este interesantísimo y reconocido proyecto empezó en el colectivo cultural de nuestra Ciudad llamado de La Grieta, del cual Gabriela forma parte. Y cuenta que “cuando se cumplieron los 30 años del Golpe, en 2006, junto a mis compañeros del colectivo, pusimos a la mano del público los libros infantiles censurados. Yo me había dedicado a eso durante años. La gente podía consultar esos libros, no llevárselos. Hoy están a disposición de cualquier persona. Han venido estudiosos de universidades de otros países a consultarnos, por ejemplo, de España”.

A la hora de relatar la búsqueda de material, cuenta que fue difícil porque “había decretos oficiales sobre la censura, había mucho escrito sobre la censura; todo libro sobre ese tema, escrito en la Argentina, lo leímos. Tomamos todas las fuentes. Y con todos los libros y todas las referencias orales hicimos una especie de mapa, y ahí fuimos al hallazgo de los libros censurados o desaparecidos. Hay libros que todavía no pudimos conseguir. Son pocos los que estamos buscando, pero aunque sea una locura, seguimos buscando”.

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Hay mucha yuxtaposición de voces en el libro que escribí, hay mezcla, hay collage. /Formo parte de esta época de mezcla e intercambio. /El espacio, el territorio, te cambia. /Ellos tacharon esas piezas, nosotros las juntamos.

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Quiénes fueron prohibidos acá, quiénes salieron de estas calles y fueron callados. “Álvaro Yunque, el reconocido escritor y poeta platense, tiene tres obras clausuradas por decreto. Eran todos libros juveniles los que le prohibieron. Hay un libro de María Elena Walsh, Aire libre, que nunca tuvo una censura escrita o por decreto, pero ella estaba prohibida, y Horacio Elena, que era el ilustrador de ese libro, era de La Plata.

8

“Un día me llama la escritora de literatura infantil Beatriz Ferro. Ya nos habíamos entrevistado. Ella estaba muy grave ya. ‘Vení que te quiero dar unas fotocopias’. Y fui y me dio la copia de un libro que tenía ella con 59 observaciones hechas entonces por el editor. Pero no eran observaciones de estilo precisamente. Un ejemplo era toda una hoja tachada porque había un espacio con renglones en blanco para que los chicos opinaran sobre lo que se venía leyendo. ‘Saque la opinión de acá’, había puesto el editor, y estaban clausurando la opinión de los chicos, la palabra opinar era lo que estaban tachando. El libro estaba impreso por editorial Estrada, un manual para cuarto grado. Para la nueva reedición querían hacer esa censura. Beatriz no aceptó. Se quedó con su libro. Prefirió que no salga”.

9

Hace unos meses atrás, en una muestra en Ensenada, a Pesclevi se le acerca un viejito. Un vecino que le quería contar algo. Esperó. No iba a abrir la boca hasta que se fueran todos de la muestra. Recién después de eso, le contó que hacía mucho tiempo, habían prohibido el llamado Poema de la Bicicleta, conocía muy bien esa historia. Y sabe quién lo censuró, sabe usted quién censuró ese poema en el colegio, señorita, le preguntó el viejito a Pesclevi, algo violento, un poco excitado, tosiendo. Gabriela no sabía. La portera lo prohibió, la portera fue y le dijo a la directora que estaban leyendo ese poema comunista en clase, pero en realidad, la que censuró, fue la portera.

Y le contó eso. Y después Gabriela lo vio irse en su bicicleta. Y se lo tragó la noche. Pero su historia queda.

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