Una maquinaria silenciosa que lucha contra las carencias y en favor del bien de la sociedad

Ya sea por ausencia u omisiones del Estado en el cumplimiento de sus funciones, o bien por el propio aumento en la sociedad de las vocaciones solidarias, lo cierto es que la crónica cotidiana refleja, afortunadamente, la aparición de numerosas actitudes comprometidas con las necesidades de terceros, que han venido convirtiendo también en un mecanismo inapreciable de voluntad y de cuidado por el bien general.

En este contexto se inscribe, por caso, la decisión de un grupo de mujeres de Berisso que, a puro pulmón y con mucho esfuerzo, tal como quedó reflejado en una nota publicada recientemente por este diario, ha decidido trabajar para mejorar los espacios públicos de esa ciudad, en una decisión que les ha ganado el apoyo de muchas personas que se sumaron a los trabajos encarados por ellas.

Se trata, tanto en éste como en tantos otros casos similares, de la presencia de una suerte de maquinaria silenciosa que lucha contra el hambre y la enfermedad, que procura el bien común, que brinda consuelo y lleva dignidad a miles de personas de nuestra región y de distintas partes del país, merced a una presencia constante y también gracias al no menos pertinaz esfuerzo de numerosas personas que prestan ayuda a los demás en forma generosa y desinteresada.

El caso prototípico estaría dado por los centros que convocan al voluntariado en nuestra ciudad -como los existentes en la Casa Cuna, Hospital de Niños o Cáritas, entre otros-, a los que se le han venido sumando en los últimos años decenas de organizaciones no gubernamentales, destinadas a cubrir necesidades específicas, a brindar techo y refugio a los desposeídos, a luchar contra las adicciones o a estar presentes cada vez que una calamidad climática azota a la población. En cuanto al voluntariado en nuestra ciudad, se estima que son más de 800 los vecinos que ofrecen sus servicios solidarios en distintos campos.

Y no se está hablando de personas ociosas o que procuran llenar las horas con alguna ocupación ya que, por el contrario, en su mayoría trabajan o estudian y para poder concretar su contribución personal deben acomodar horarios, otorgando, más de una vez prioridad a su tarea desinteresada antes que a otras exigencias laborales, de estudio y hasta familiares.

Toda la acción, tan variada y generosa, transcurre sin bombos ni platillos, en cumplimiento de óptimas convicciones y arraigados sentimientos de amor al prójimo, y contribuye -junto a muchos otros grupos humanos entre los que cabe incluir hasta gestos aislados- a paliar o resolver infinidad de problemas que plantea la crítica realidad social.

Sin perjuicio de reclamar que el Estado cumpla cabalmente con su cometido -tal como se lo hace desde aquí en forma habitual- estos ejemplos de solidaridad resultan alentadores y ejemplificadores, al confirmar que la población se muestra atenta a todas las expresiones de sufrimiento o de carencias materiales o espirituales y concurre prestamente en su auxilio. Más allá de aquellas omisiones o deserciones del Estado, merece resaltarse que la actitud de la gente es la de no bajar los brazos o limitarse a la protesta, sino hacerse cargo de las necesidades colectivas y poner manos a la obra para dar respuestas.