¿Ser mejor o ser superior?

Escribe Monseñor DR. JOSE LUIS KAUFMANN

Queridos hermanos y hermanas.

La primera vez que en la Biblia aparece una parábola es en el libro de los Jueces (ver 9, 7-15) y, en la particularidad de su género literario, argumenta que los mejores no tienen tiempo de ejercer el oficio de superiores.

A la distancia de los siglos cabe preguntarse cuál es la mejor opción para que toda persona sea feliz en su aventajada capacitación sin apetecer el dominio sobre otros.

Dicho de otro modo, ¿qué vale más: ser mejor o ser superior? ¿Quién es más, el mejor o el superior?

Por cierto, no se trata de un juego de palabras ni de una nimiedad.

La clave está en qué se entiende por cada opción y qué se pretende al elegir una renunciando a la otra.

Ante todo, conviene dilucidar algunas probabilidades: toda persona mejor está en condiciones de ejercer autoridad sobre muchos otros; pero no se sigue que toda persona con autoridad sea necesariamente mejor.

Una cosa es la superioridad por la capacidad intelectual y práctica, mientras que otra muy distinta es el ejercicio de la superioridad con limitación o carencia de las indispensables capacidades intelectivas y volitivas.

Si miramos al campo de la llamada “clase política”, pueden encontrarse varones y mujeres mejores y varones y mujeres superiores, unos y otros; pero no siempre son los mejores los que alcanzan a la cantidad de votos requerida para ejercer la autoridad en favor del pueblo.

Las noticias se inclinan más bien por sostener – aunque entre líneas – que los honestos y capaces quedan relegados, mientras que “los otros” suelen trepar muy alto, y pisar a sus adversarios.

La clave está en qué se entiende por cada opción y qué se pretende al elegir una renunciando a la otra

Si nos detenemos en el campo educativo, sucede allí más o menos lo mismo, con el agravante de que, lamentablemente, no hay una política educativa que se destaque por su objetiva transparencia y seriedad sobre los valores humanos fundamentales.

Es decir que se da instrucción general pero no se educa para vivir en las virtudes morales. ¿Cómo esperar, entonces, encontrar a un servidor público o a un miembro de la clase política que esté dispuesto a dar lo mejor de sí por el pueblo que gobierna?

No sólo no se prodigan sino que imponen (impuestos) cargas insoportables a los conciudadanos.

Y los mejores, ¿dónde están?

Los mejores se tienen que conformar con permanecer en el silencio y en la oscuridad, si es que quieren sobrevivir.

Cuando Jesús denunció a los dirigentes políticos y religiosos de su tiempo, sabía bien a qué se exponía. El pueblo lo admiró y amó, mientras que los poderosos lo despreciaron y odiaron hasta condenarlo a muerte.

Felizmente y aunque no hagan roncha, también hay varones y mujeres que no pretenden ser superiores a nadie, sino que, día a día, acrecientan su lucha para ser mejores, para agradar a Dios ante todo y también para ser útiles a la sociedad en el lugar donde la Voluntad de Dios ha querido que estuvieran, incluso en lugares destacados de la vida social, cultural y política. Esta realidad – que nunca es noticia de prensa – deja abiertas las puertas de la esperanza para una civilización más humana y más cristiana. Por esto, demos gracias a Dios con profunda alegría, pero... no dejemos de optar siempre por ser mejores.