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Revista Domingo |INTERÉS GENERAL

Pablo Gulayín: entre la Nasa y Harvard, con el corazón en La Plata

Su nota más baja en el secundario fue un nueve. Lo distinguieron como Mejor Promedio del Liceo al egresar en 2002. “Nunca estudié para la nota”, dice Gulayín. ¿Qué es de su vida hoy?

24 de Agosto de 2014 | 00:00

Por CINTIA KEMELMAJER

El número en la camiseta del Diego, la suma de los dedos de las manos, la equis en los números romanos, esa cifra centelleante fue la que completó el boletín del alumno Pablo Gulayín durante todos sus años de secundaria en el Liceo Víctor Mercante. Todos, salvo una vez, que significó un descenso en su promedio, pensó él, de manera estrepitosa, que cayó como bolsa de Wall Street en el ´49 pero se clavó en un número, de todos modos, sobrenatural: 9,93. “No me preguntes en qué materia fue, pero entre todos los diez hubo algún nueve”, dice hoy Gulayín, ya con 29 años, restándole importancia al asunto. “Nunca estudié para la nota. Simplemente, daba lo mejor que podía. Al secundario lo disfrutaba”.

Fue distinguido como Mejor Promedio de la promoción 2002, y es uno de los alumnos más destacados de las camadas de egresados de la institución. Pero, ¿cómo siguió la vida de Pablo Gulayín después de su excelsa salida del secundario, con fotos para enmarcar, aplausos y medalla?

MEDICO DE FAMILIA

Es sábado de mayo y amanece soleado. Pablo cuelga el ambo blanco y se pone su equipo deportivo -pantalones cortos, medias, zapatillas, remera de algodón- para salir a la calle. Va a la República de los Niños a encontrarse con su grupo de amigos con los que juega, todas las semanas, a un deporte raro: Ultimate Freesbee. El momento del juego es uno de los únicos de esparcimiento en su semana. El otro sucede los miércoles a la noche, cuando va a la reunión de la Comisión Directiva de la Sociedad Libanesa, tradición que heredó de su papá turco y sus abuelos, uno sirio, el otro libanés. Ahí se dedica a comer comida típica, organizar algún evento cultural o simplemente hacer sociales.

”Nunca sabés adónde te lleva la curiosidad, así que siempre traté de tirarle leña a mis inquietudes. Y salieron cosas buenas de todo eso. Por suerte mis papás siempre me siguieron en mis locuras”

Lo demás es trabajo. Porque como buen hijo de su padre médico cardiólogo, Pablo siguió sus pasos, y se convirtió en profesional de la medicina de muy joven. Se graduó en la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de La Plata en seis años –con una nueva medalla, esta vez de oro, al Mejor Promedio: 9,28-. Y desde entonces, trabaja de manera incansable.

-Hoy por hoy estoy en una situación profesional que buscaba mucho –dice Gulayín-: a mi ocupación la divido en esas tres partes: asistencia en mi consultorio, docencia en la Cátedra de Salud Pública de la Facultad de Medicina de la Universidad de La Plata, e investigación en Salud Cardiovascular.

Como casi no tiene tiempo libre, a pesar de pisarle los talones a los treinta todavía vive en la casa familiar: un chalet de persianas bajas, lleno de adornos de Medio Oriente –una alfombra persa, una mesita turca, una narguilla- y decorado, también, con sus distinciones.

-Todavía no surgió irme a vivir solo, estoy cómodo –dice él-. Hasta ahora no tuve conflictos ni necesidad de mudarme. Soy soltero, tampoco por ese lado tira. En algún momento sucederá.

CURIOSO HASTA LAS ESTRELLAS

Una vez recibido de médico, Pablo quedó primero en el orden de mérito para adjudicar la residencia y eligió la especialización en Cardiología en el Hospital San Juan de Dios. Antes, mientras estudiaba –en 2006, en la mitad de su carrera universitaria-, fue invitado a Cleveland para hacer durante unos meses investigación médica en Neuropatía Diabética. De hecho, lo convocaron para hacer la residencia en Estados Unidos, pero la rechazó: “Me tiraban los afectos, la familia y los amigos”, explica él. ¿Cómo le llegó semejante invitación? A través de otra medalla, que le dio, años antes, un organismo que nada tuvo que ver con su formación académica: la Nasa.

El espacio lo obnubilaba a Pablo desde muy pequeño. Una Navidad, su familia le regaló un telescopio. “Me volví loco”. Y después, cuanto tenía ocho años, él mismo comenzó a enviarle cartas a la Nasa pidiendo fotos o información. “La emoción de recibir los sobres con las respuestas era muy estimulante”, recuerda. A los 17, mientras sus compañeros de curso planificaban el viaje a Bariloche, él se postuló para ser becado por el organismo espacial para pasar diez días en el lugar y realizar el entrenamiento de los astronautas: y allí fue. Después de esa experiencia, le expidieron una medalla, esta vez de honor por su rendimiento, y años después, llegó la invitación para ir a Cleveland.

Además del espacio, Pablo siempre se mostró lleno de intereses ya desde pequeño: en la primaria, participó como “diputado” del programa de formación cívica de la ONU en la República de los Niños; iba a coro; estudiaba violín en su tiempo libre. “Nunca sabés adónde te lleva la curiosidad, así que siempre traté de tirarle leña a mis inquietudes. Y salieron cosas buenas de todo eso. Por suerte mis papás siempre me siguieron en mis locuras”.

RATON DE BIBLIOTECA

La curiosidad lo acompañó a Gulayín desde la cuna. Aún no había empezado la escuela primaria cuando su mamá, Stella, lo llevó para que probara una clase de básquet en el Club Universal. Cuando lo fue a buscar, a la hora siguiente, Pablito había desaparecido. La madre puso el grito en el cielo. Enseguida todos salieron disparados a buscarlo por cada rincón del club, hasta que alguien dijo que lo había visto subiendo la escalera, y allá fueron. Stella subió los quince escalones con el corazón en la mano. Por dentro rezaba para encontrarlo. Y resultó que estaba ahí arriba: ese lugar era la biblioteca del club. La escena que se encontró Stella fue insólita: Pablito, despatarrado en el piso, leía los libros que le había pedido a la encargada del lugar. “¿Qué hacés, Pablito? ¡Acá vinimos a hacer deporte!”, intentó explicarle la madre, sin éxito. Y pecó de insistente: a la semana siguiente volvió a llevarlo, pero pasó exactamente lo mismo. “Así que desistí –recuerda Stella- no lo mandé más a básquet, pero lo hice socio de la biblioteca”.

Ya durante la secundaria, dice Pablo, no hubo materia que no le haya gustado. “Disfrutaba hasta de Educación Física”. Preguntarle por sus asignaturas preferidas es ponerlo en un brete. Ninguna queda afuera: “Me gustaban las Ciencias, Matemática, Química, Biología, y las Humanísticas como Historia, Geografía. Siempre me gustó la ciencia y lo humanístico: en la Medicina encontré el punto de unión”.

Eso sí: tiene muy claro qué agregaría en la currícula escolar. Dice que incorporaría una materia que se llame Prevención Cardiovascular en niños y jóvenes. “Generar conductas de vida sana en los chicos significaría un ahorro de dinero en Salud enorme –asegura-. El objetivo sería lograr que los chicos salgan del colegio fumando menos, o que aprendan a saber qué alimentos son altos en sodio y les significarían un riesgo para la salud”.

El futuro le depara a Pablo nuevos desafíos que lo entusiasman. Quedó seleccionado para una beca para cursar un doctorado en la Universidad de Harvard, en la Escuela de Salud Pública. Se irá a cursar allá, durante un año lectivo, a partir de fines de 2015. Y ¿hasta dónde se propone llegar este cerebro platense? Su sueño, aunque suene modesto, está muy claro. Pero nada tiene que ver con la profesión: “Yo disfruto de la medicina, trabajo duro por ella, hago un esfuerzo enorme para aplicar todo mi conocimiento acá –se encoge de hombros Pablo-. Pero lo que más quiero en el mundo es formar una familia. Mi sueño es tener muchos hijos”.

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