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Revista Domingo |INTERÉS GENERAL

Felinos

24 de Agosto de 2014 | 00:00

Por LIZ SPETT

lizspett@gmail.com

A poco de leer una biografía acerca de la escritora, periodista, guionista y artista de cabaret, Sidone Gabrielle Colette, más conocida por su apellido, Colette, recordé dos temas. El primero; lo afecta que era a los gatos. La segunda, un encuentro con Truman Capote relatado por él en Monstruos Perfectos que puede encontrarse en su libro Plegarias Atendidas.

Según el cuento, no se sabrá si aconteció de este modo o de mil otros posibles, que ya forma parte de los mitos que acompañan a los dos monstruos -él y ella- la escritora lo recibió en su piso del Palais Royal. Se encontraba sentada en la cama, pintada como un watusi, los ojos remarcados de negro y las mejillas rosadas. Adornaba su lecho con revistas, libros y gatos soñolientos. La historia sigue, es divertida. Llena de chismes y cotilleo que hacen a los pequeños detalles de los que hablaba Nabokov.

OBSERVADORA

Colette, fina observadora de la conducta animal, prefería a los gatos por sobre otras especies de animales domésticos, por nombrar de alguna manera a estos animalitos que difícilmente se dejen domesticar.

Para los egipcios eran sagrados, tanto que los momificaban como a los faraones. A la diosa Bastet se la representaba con cabeza de gato.

Durante la Edad Media se los pensaba como demasiado cercanos y afines a las brujas, por ello se los maltrataba hasta que acababan en la hoguera. Como nadie vio una bruja, sino que es el producto de la imaginería de una época, lo más cercano a ella son las mujeres. En el Medioevo, entonces, mujer y gato no tenían muy buena prensa.

Aún hoy en Occidente se conserva una superstición que dice que si súbitamente se cruza un gato negro delante de una persona, una desgracia pronto le va a acontecer. Maldición que se anula al escupir siete veces a derecha y siete a izquierda. Tantas como vidas tienen el animal. Groucho Marx hace caso omiso de esto cuando afirma “Si un gato negro se cruza delante de tu camino significa que el animal está yendo a algún lugar”. Imposible que lo crea un supersticioso en su absoluto e irracional animismo.

Existe una clase de mujeres, al decir de Freud, que no han abandonado el narcisismo; que tienen al igual que los gatos, cierta autocomplacencia y un aparente desinterés por los demás. Llega a decir que la mujer, como el gato, se esfuerza en dar la apariencia de un ser apacible, pero no lo logra. Y agrega “El gato goza de sí mismo con un voluptuoso sentimiento de fuerza y no da nada a cambio”.

ATENUANTES

Habría que definir variables para que esta afirmación respecto de la mujer tuviera amplia validez. Siempre existen atenuantes, circunstancias, singularidades. Sin embargo, respecto del gato, no se equivoca. El andar altanero, independiente de toda circunstancia hace que el folklore popular asimile un gato a las chicas de vida ligera y andar felino. En el barrio se le dice “toga.”

Muchos gatos han pasado a la notoriedad debido a quienes se ocuparon de alimentarlos durante años. Beppo era el gato de Borges, quien lo bautizó de este modo siguiendo el ejemplo de Lord Byron con el suyo.

El de Cortázar se llamaba Teodoro en homenaje al filósofo alemán Adorno cuyo nombre de pila era ése. Colette tuvo muchos gatos y llegó a dedicarle a su preferida -Saha- el cuento “La gata”.

GESTOS HUMANOS

Existen gatos que en la ficción adquieren discursos y gestualidad humana. En Maus por ejemplo, la novela gráfica de Art Spiegelman se personifica a los felinos como oficiales de la SS. Queda todo dicho. En “Fritz, el gato” primero cómic y luego film, se ve a un gato que vuelve de Vietnam, se droga, le gustan los burdeles y termina muerto por una gata a quien despreció en el pasado. Son los gatos más parecidos a los humanos que he conocido.

El privilegio de los poseedores de estas mascotas es que pueden oler con mayor celeridad dónde hay gato encerrado. Muchos andan por estos días con la nariz a la miseria, estropeada.

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