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Séptimo Día |TENDENCIAS

Vivir en el lugar del crimen y la mirada del castigo eterno

17 de Agosto de 2014 | 00:00

Por JUAN BECERRA
Escritor

Imaginemos que un vecino de Brandsen mata a tres personas en el transcurso de dos años, lo atrapan, confiesa los crímenes y lo condenan a 90 años de cárcel, pero por esas curvas y contracurvas de la ley queda libre después de 17 años de encierro y, luego de tomarse con poco más que lo puesto un tren interurbano, regresa a Brandsen, donde no hay nadie que tenga ganas de verlo pavonearse en la vuelta del perro.

Decimos Brandsen por una cuestión de escala, que siempre ayuda a la imaginación cuando esta se empasta. Los hechos concretos ocurrieron en Villarobledo, un pueblo de Albacete de 25 mil habitantes, fundado varias veces (por tribus del paleolítico, romanos, musulmanes, hispanos) en la región de La Mancha, a unos 200 kilómetros de Alcalá de Henares, donde nació Cervantes. La zona tiene molinos del siglo XVII pero no es quijotesca, y a falta de caballeros andantes abundan los empleados de factorías, los turistas de carnaval, la producción de quesos, la cosecha de olivas y la extracción de azafrán, ese oro en polvo que le da al arroz una razón de ser.

Allí, entre 1991 y 1993, Pedro Antonio Seco Martínez, alias “El Seco” por sequedad de carácter o de cerebro, mató a Pedro José Moreno (artesano del mármol, 33 años), José Ballesteros (albañil, 23 años) y Juan Segundo López (taxista, 42 años). Al primero lo liquidó simplemente porque se le cruzó en el camino a la salida de un boliche y, como Mersault, el asesino sin móvil de El extranjero, de Albert Camus, se sintió encandilado. Al segundo, por una discusión a la hora de racionar hachís. Al tercero quizás porque no le gustaba su forma de manejar entre Albacete y Villarobledo. Cada asesinato tuvo su mano de obra específica (puntadas de arma blanca, soga al cuello: ninguna víctima cayó bajo fuego) y todos terminaron desnudos, con la pierna derecha encima de la izquierda (los mataba boca abajo y los daba vuelta siempre del mismo lado) y las cabezas aplastadas por piedras del tamaño de una cabeza.

ANTECEDENTES

Los reportes terapéuticos de “El Seco” hablan de una temprana psicopatía que lo salvó del servicio militar y lo llevó a quejarse a granel de la constitución del mundo que, según su impresión de paranoico renegado, había sido diseñado exclusivamente para perjudicarlo a él. Pero los trastornos de conducta siempre terminan siendo asimilados en los pueblos pequeños en nombre de que a sus portadores “se los ve nacer”. Como si nada malo pudiera surgir del conocimiento -o de lo que se supone que conocemos de los otros-, Villarobledo hizo la vista gorda y “El Seco” debutó con el degüello del marmolero.

"...entre 1991 y 1993, Pedro Antonio Seco Martínez, alias “El Seco” por sequedad de carácter o de cerebro, mató a Pedro José Moreno (artesano del mármol, 33 años), José Ballesteros (albañil, 23 años) y Juan Segundo López (taxista, 42 años)."

Durante el lapso en que se cometieron los tres crímenes (a los que las sospechas suman dos más que quedaron impunes), el pueblito de La Mancha fue forjando, cuando no subsidiando, la carrera estelar de su serial killer. Mientras fue anónimo, los taxistas de Villarobledo caminaron por las calles con consignas corporativas y los vecinos imprimieron volantes donde quedaba en evidencia la situación de zozobra: “¿Quién está matando?”. Los pueblos, sobre todo aquellos en los que la tradición de confianza entre sus habitantes se funda en la superstición de que se puede vivir con la puerta abierta, que no hay enemigos ni peligros internos, no pueden comprender que estos episodios de sangre provengan de sus fuerzas más íntimas. Por lo tanto, cuando se supo, confesión mediante, que uno de sus hijos había cometido los asesinatos, la inquietud y también la identificación del mal -“El Seco” no era más que una excepción; el resto, en regla- sobrevoló Villarobledo.

La coartada de “El Seco” luego de su tercer asesinato, que puede reelerse en los diarios regionales del 22 de septiembre de 1993, consistió en inventar que estaba en una feria en el mismo momento en que dejaba tirado al taxista al borde de una ruta. La ubicuidad es un deseo masivo de todos los hombres, pero los asesinos son quienes la necesitan como el agua. ¿Quién pudiera estar, al mismo tiempo, en el sitio en el que comete un crimen y en el de su coartada?

LA CONDENA

“El Seco” fue condenado en 1997 a 90 años de prisión. Cayó en una cárcel de Toledo, merecida capital del turrón con almendras. Salió en noviembre de 2013 porque su defensa pidió que se le aplicara la “sentencia de Estrasburgo” de octubre de 2013, por la que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos dejó en libertad a la militante de ETA Inés del Río, detenida en 1987 y condenada a 2.828 años de prisión. Cómo fue que se coló la libertad de un asesino serial detrás de la condena a una terrorista, es algo que deberá ser estudiado por los historiadores de paradojas, aunque pensándolo bien, ¿un serial killer no obedece de algún modo a la misma lógica que el terrorista aunque, por así decir, sin móvil histórico?

“El Seco” salió seco, y regresó a la casa de sus padres en Villarobledo, a cinco cuadras de donde vive la viuda del taxista asesinado. El countdown de su vida en libertad se detuvo en el día 44 que, como sabemos, en el diccionario numerológico de la quiniela significa la cárcel. La policía lo encontró robando un auto en el pueblo después de varios días en los que deambuló prácticamente disfrazado de sospechoso. Los vecinos lo vieron con las solapas levantadas, la mirada huidiza, tocando timbre para ver si salía una entradera. Todo el terror que había logrado sembrar como asesino en serie, lo perdió en unas pocas semanas de ratero. Les pasa a los astronautas cuando les toca manejar una bicicleta de regreso de la Luna: no se adaptan a la sencillez. Estaba fuera de forma mental. Lo sometieron a un juicio abreviado y volvió a la cárcel por siete meses.

“El Seco” fue condenado en 1997 a 90 años de prisión. Salió en noviembre de 2013 porque su defensa pidió que se le aplicara la “sentencia de Estrasburgo” de octubre de 2013, por la que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos dejó en libertad a la militante de ETA Inés del Río, detenida en 1987 y condenada a 2.828 años de prisión

Hay una última escena, que es la del último regreso a la libertad hace algunos días. España está en vilo siguiendo de cerca la suerte de su asesino serial en la sección “chismes” de sus noticieros. “El Seco” abandonó la cárcel en un estado físico impecable. Lo imaginamos haciendo millones de abdominales en posición de murciélago, al modo de Max Cady, el convicto interpretado por Robert de Niro en la remake de Cabo de miedo (1991) dirigida por Martin Scorsese. Conservar la salud es elemental para consumar venganzas de largo plazo. En el caso de “El Seco”, ¿contra quién estaría orientada esa venganza? Como buen misántropo que no se avergonzó de confesar que mataba al voleo “porque no lo podía evitar”, una venganza acorde al combustible que la inflama debería orientarse hacia todos los habitantes de Villarobledo, quienes rechazan su llegada.

“El Seco” egresó el 3 de agosto pasado de la prisión de Alcázar de San Juan, Ciudad Real, bajo el tremendo verano español. Llevaba zapatillas con talón de siliconas, bermudas y una remera blanca con la inscripción “Adidas-Running”, como para insinuar que de ahora en más, y como lo fue siempre, lo de él será alimentar hasta la extenuación el “corpore sano”. Su equipaje de mano consistió en un pequeño bolso de gimnasio y unas bolsas comerciales. El aspecto general del hombre libre era el de cualquier persona que decide subirse a un tren para almorzar con parientes. Un periodista lo abordó en el andén de Albacete rumbo a Villarobledo y lo persiguió, convirtiéndolo por un minuto en su víctima. Con un pie en el estribo, “El Seco” escuchó que el moscardón con micrófono le preguntaba qué iba a hacer a partir de ahora y si iba a regresar al pueblo, y contestó con tono de abatimiento: “No lo sé, hermano. Déjame, por favor”. Si otra vez tuvo ganas de matar, las controló ante la cámara.

Mientras tanto, en Villarobledo se fue armando un retén moral. Las quejas de los vecinos se multiplicaron contra el derecho de “El Seco” de volver a la casa de sus padres. Comenzó a operar la condena social, lo que incluyó un pedido de expulsión del pueblo. El alcalde trató de descargar las tintas y dijo que volver o no volver al pueblo, así como reincidir o no reincidir en el delito (sea como asesino probado o ladrón novato de autos), era algo que formaba parte de las decisiones de “El Seco”, quien no se había fugado de la cárcel sino que acababa de cumplir su condena.

“El Seco” salió seco, y regresó a la casa de sus padres. El countdown de su vida en libertad se detuvo en el día 44 (la cárcel en el diccionario numerológico de la quiniela). La policía lo encontró robando un auto en el pueblo

Digamos que, como debía ser conforme su investidura, el alcalde estaba del lado de la política que había condenado a su vecino a 90 años de prisión para dejarlo libre antes de los 20, una versión brutal del concepto de “quita” fiscal con que el Estado suele favorece a los morosos.

El desprecio colectivo que recibió “El Seco” en Villarobledo es una enmienda de hecho al sistema judicial español, incluso al Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo que posibilitó accidentalmente su libertad. Pero aunque no hubiera sido así, ¿cómo podría haber vivido allí “El Seco”? Si en los manuales del delito que derivan de las novelas policiales lo primero que figura como acto prohibido es “no” sentirse tentado de regresar al lugar del crimen, justamente porque casi ningún delincuente deja de hacerlo, no parece ser un buen programa, tanto para “El Seco” como para cualquier persona de su condición, vivir en el escenario maldito.

EN SILENCIO

Para él, regresar a Villarobledo significa dar un espectáculo silencioso (porque si no tiene derecho a estar, menos lo tendrá a decir), una especie de teatro mudo donde “El Seco” representará el Mal ante más de 25 mil espectadores -entre los que no faltará uno de sus hermanos, quien pidió abiertamente que volviera a la cárcel- dispuestos a ver la misma función cada hora de cada día en la que “El Seco” decida salir de su madriguera rumbo ¿a dónde? ¿A la plaza mayor del pueblo?, ¿al cine?, ¿a solearse en los lagos de La Mancha?

No hay peor calamidad en un pueblo que estar en situación de ser mirado, juzgado, despreciado. Pasa con los asesinos, pero también con los locos, los vecinos con Síndrome de Diógenes, etc. En esas situaciones el habitante no tiene salida y el castigo es mucho peor que la cárcel. Pero supongamos que “El Seco” quisiera empezar una vida nueva “en el medio del camino de la vida”, como diría Dante Alighieri. No podría hacerlo nunca mientras alguien esté señalándole quién fue en el pasado y, sobre todo, quién nunca dejará de ser en todos los futuros posibles. Por diversas razones, nadie confía en la idea de reinserción. No hay realidad social -quizás tampoco íntima- para ese humanismo. Habiéndola sacado barata en la cárcel, “El Seco” advirtió ese porvenir de castigo eterno y no bajó en Villarobledo, siguió de largo, tal vez hasta Alicante o hasta alguna estación intermedia. Los periodistas lo esperaron en vano mientras él hacía lo único que le quedaba: desaparecer de la vista de los demás.

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