Agricultura familiar platense: cada vez más productores, con quintas más chicas

LA FERIA MANOS EN LA TIERRA, UNA DE LAS INICIATIVAS IMPULSADAS POR LA UNIVERSIDAD PARA APUNTALAR A LA AGRICULTURA FAMILIAR DEL CORDÓN HORTÍCOLA PLATENSE, SE HACE LOS MIÉRCOLES A LAS 10 EN EL PLAYÓN DE ENTRADA DE LA FACULTAD DE AGRONOMÍA

Cuando alrededor de treinta años atrás llegaron a la zona de Arana desde Jujuy, los Aguay trabajaban “en cantidad”. Se especializaban en un sólo tipo de cultivo y sembraban así la tierra disponible. Los tiempos no sólo eran diferentes para ellos: también la zona era netamente alcahucilera y la mayoría de las unidades productivas eran grandes. Hoy todo cambió para la hoticultura familiar platense, dice Elida Rojas, esposa de Claudio Aguay. Y agrega que la crisis de 2001 marcó un antes y un después. Desde entonces, el número de grandes quintas familiares se redujo y, cada vez más, se extienden por la periferia platense quintas chicas, que tienen una hectárea y media o dos, priorizan la producción de cultivos de hoja y enfrentan nuevos desafíos: entre ellos, el de incoporar tecnologías tan caras como imprescindibles y el de establecer nuevos canales de comercialización que otorguen mejores márgenes de ganancia a los productores.

Los días de la familia Aguay, como la de tantas otras familias horticultoras platenses. se inician bien temprano: a las siete de la mañana ya están trabajando en jornadas que se extienden por lo menos hasta las 20. De ellas participan abuelos, tíos, padres, hijos. Y ese trabajo hoy implica, en ocasiones, transformar de cuajo la forma de producir para adaptarse a tiempos nuevos. En el caso de los Aguay, ya no trabajan “en cantidad”, como cuando llegaron. Hace un tiempo diversificaron su producción, con el asesoramiento de la Universidad, la hicieron agroecológica y la venden en distintas ferias de la Región.

Su caso es uno más dentro de un creciente número de platenses que practican la agricultura familar, una modalidad de la que hoy se conmemora el Dia en el marco de un año especial: el Año Internacional de la Agricultura Familiar, establecido por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación (FAO).

“Esas producciones familiares, muchas veces subestimadas, son muy importantes tanto en la Región como en el mundo. Cuando uno habla de agricultura piensa en el gran productor sojero, en el exportador. Pero según la ONU, el 80% de las poblaciones se alimentan con lo producido por la agricultura familiar, a la que suele considerarse un sector atrasado”, dice Matías García, docente de la Facutad de Agronomía de la UNLP, investigador del CONICET y autor de un trabajo sobre las transformaciones registradas en la horticultura platense en los últimos 20 años.

García indica que si alguna vez la quinta familiar promedio del cordón hortícola platense tuvo entre 7 y 10 hectáreas, actualmente esa extensión se redujo a entre una hectárea y media y dos.

“El punto de inflexión se ubica entre fines de la década del ´90 y la crisis del 2001. Entonces, muchos quinteros, en general hijos o nietos de inmigrantes italianos, decidieron dejar una actividad en crisis. Fue así que la tierra comenzó a ser explotada por sus trabajadores, generalmente de ascendencia boliviana, quienes en la mayoría de los casos alquilan una parte de las antiguas quintas y trabajan en la modalidad que se denomina ágricultura familiar´: hay muchas definiciones al respecto, pero una de las características particulares de este tipo de explotación es que los que trabajan son integrantes de la familia (abuelos, tíos, hijos, sin empleados externos) y se trabaja y se vive en el mismo sitio” dice García,

Según los datos manejados por el especialista, alrededor de 2.500 horticultores platenses, que representan entre el 65 y el 70% del total, se ajustan a esta modalidad que se caracteriza por trabajar con márgenes de ganancia muy chicos.

Otra de las tendencias que se registraron entre los agricultores familiares fue la adopción en los últimos años de los cultivos de hoja (lechuga, radicheta, acelga y rúcula) como su principal producción en detrimento de otras, como el tomate o el ají, por una cuestión de costos.

“Una de las primeras preguntas que surgen cuando se observan estas transformaciones es cómo lograron hacer rentables explotaciones de entre una y media y dos hectáreas cuyo alquiler se paga alrededor de 1.500 pesos por hectárea, una cifra que es alta en comparación con otros puntos del pais. La clave está en la incorporación de tecnología, sobre todo de los invernaderos, que les permite producir hasta ocho veces lo que producirían a campo. Según datos del censo realizado en 2010 por una de las cámaras que nuclea a los vendedores de los plásticos con los que se hacen los invernaderos, en La Plata hay unas 2.500 hectáreas de superficie cubierta por ivernáculos”, dice García.

Con todo, la incoporación de tecnología está lejos de ser una tarea sencilla para este tipo de explotaciones. La razón es el costo: construir una hectárea de invernaderos tiene un valor aproximado de 500.000 pesos.

Para los expertos de la UNLP, uno de los grandes problemas de la agricultura familiar es que, a pesar de su importancia, está actualmente “invisibilizada”.

“Es un sector que tiene condiciones de vida y trabajo muy pobres y al que se lo subestima. Para ellos se necesitarían respuestas específicas, pensar soluciones distintas que tengan en cuenta su realidad. Formas de financiamiento distinto . Canales de comercialización diferentes y medios que les faciliten un mejor acceso a la tecnología”, según indica García.