Para la gente común, es todo duda y desconcierto

AYER EN LA CITY PORTEÑA EL RITMO DEL CIUDADANO A PIE PARECÍA NORMAL A PESAR DE LOS VAIVENES EN LAS NEGOCIACIONES CON LOS BUITRES Y EN UN EVENTUAL CESACIÓN DE PAGOS

Por MARIANO PEREZ DE EULATE

Lo que queda para el ciudadano común luego de la extensa jornada de ayer, en la que se esperaba una noticia un poco más positiva que el anuncio de un el país que ha quedado al borde de un nuevo default, es sobre todo una suerte de incertidumbre, tal vez desconcierto, respecto a lo que va a pasar en términos económicos en el corto plazo.

De entrada hay que convenir que el litigio en Nueva York, el fallo del juez Thomas Griesa y las recientes negociaciones con el mediador Daniel Pollack, son temas que para mucha gente pueden sonar lejanos, extraños, demasiado intrincados. Nadie parece tener muy en claro de qué se trata la puja entre el gobierno argentino y esas entidades financieras prácticamente sin rostros, conocidas como fondos buitres.

El ministro Axel Kicillof, tal vez buscando justamente la personalización del adversario, viene insistiendo en elevar a la categoría de demonio al juez Griesa. Ayer lo acusó sin vueltas de boicotear las intención de pago a sus acreedores que tiene la Argentina. Probablemente sirva para ponerle una cara visible al perfil de relato épico que parece querer explotar el Gobierno.

Para el hombre de a pie, el que se preocupa porque no llega a fin de mes con el sueldo o porque se multiplican los casos de inseguridad, la cuestión de los buitres, su voracidad y los efectos de una posible cesación de pagos a los acreedores que aceptaron los canjes de deuda, se asemeja bastante a un intríngulis sólo para entendidos. Nadie tiene muy en claro que pasará, si es realmente grave la falta de acuerdo con los holdouts o si su bolsillo se seguirá resintiendo.

Cualquier conclusión puede ser apresurada. Existe la sensación de que la película no terminó

Esto puede deberse, entre otras cosas, a la multiplicidad de voces que vierten sus opiniones sobre el tema. Periodistas, dirigentes políticos y, sobre todo, economistas entran en una vorágine informativa notable, cruzan datos, explican escenarios posibles. Y lo hacen desde veredas y perspectivas contrapuestas,

Uno prende la tele y puede escuchar a un profesional de la economía criticando duramente los modos de Kicillof, los “malos” resultados obtenidos en la interminable negociación y la debacle que se viene si el país cae en default. Pero también puede ver, sólo cambiando de canal, a otro economista defendiendo la postura del ministro por defender los “intereses nacionales” y relativizando el golpe real que significa para nosotros el hecho de no honrar nuestras deudas en tiempo y forma.

Eso sí: lo que parece arrojar la charla de café, la sobremesa o la ronda de amigos es que hay cierta certeza generalizada de que no se enfrenta un default de las mismas características del ocurrido en 2001. Porque, a diferencia de aquella vez, no asoma como una medida voluntaria del Gobierno o debido a que falte la plata para pagar, mérito acaso del papel de malo que jugó Griesa. Pero además porque, justamente, la gente esta vez no vio a nadie anunciar triunfalmente por la tele que no pagaría la deuda mientras se llevaba el aplauso de la concurrencia legislativa. Aunque el tono combativo de Kicillof y la pelea con la Justicia norteamericana deja interrogantes sobre los efectos que esa esas posiciones puedan tener.

Todo indica que cualquier conclusión puede resultar apresurada. Y que todavía hay que esperar para saber cómo termina la película.