Dos jueces que salieron a la luz

Por alejandro castañeda

Dos jueces platenses y de visitantes hicieron a un lado todo el papelerío para enfrentar a la opinión pública sin fueros ni resguardos: los doctores Guillermo Labombarda y Cesar Melazo. Labombarda compite en “Ocho escalones”, programa de preguntas y respuestas. Cansado de escuchar coartadas, esta vez quiso diligenciar datos. Y puso sus saberes frente a un cuestionario que, como la vida, ofrece pistas falsas y opciones. Vale que un juez decida someterse al vaivén inmanejable del público, del azar y de los jurados. Es un desafío que pocos magistrados estarán dispuestos a aceptar. Se tiene fe, acredita buena lectura y buena memoria, contestó con solvencia, le puso sonrisas a los interrogantes y ofreció a la audiencia el gesto cercano de un estudioso que no le teme ni a los reflectores ni a la patinada.

El otro caso fue dramático. El juez de Garantías César Melazo iba con sus hijas por Palermo. De una moto bajó un delincuente, lo golpeó en la cabeza y le arrebató el morral. Pero Melazo no dudó y salió tras el atacante. En esos febriles instantes, la única Garantía que daba era la de su furia y su arrojo. Lo alcanzó cuando trepaba a la moto, lo bajó y lo agarró a las piñas, ante la mirada azorada de hijas y peatones. Recuperó su cartera y a los malvivientes no les quedó otra que darse a la fuga.

Bien por Melazo. Es cierto, la historia pudo haber terminado peor. Pero la gente está tan harta que a veces el instinto se le adelanta al cálculo. No conviene hacer lo que él hizo, pero eso no lo hace irresponsable, al contrario. El coraje siempre obliga al aplauso. Y más cuando se lo expone ante una delincuencia insaciable y despiadada. Por una vez los ladrones se quedaron con las ganas. Y nunca Melazo fue tan justo.

Que los jueces tengan que andar a las piñas para poder salvar la ropa, es una muestra de lo difícil que está la cosa. Tarde o temprano, tal como viene la mano, la justicia y la delincuencia tenían que irse a las manos. Frente a un bandidaje en plena expansión, sus señorías quizá sientan que el código cada vez ataja menos. Y que ante algunas crueldades, la piña o el garrotazo pueden rendir más que el calabozo o el trabajo comunitario.

Melazo esa tarde revivió una escena del Far West: impartió justicia a la vista de todos y en plena calle puso en fuga a los malhechores. A las corridas ejerció una ley que peca de distraída y lenta. Tambaleante y todo, dejó a un lado prudencia y decoro para poder pagarles con la misma moneda a los que son feroces a la hora del despojo y piden clemencia cuando llegan los alegatos. Los conoce bien. La delincuencia es parte de su paisaje de todos los días Los ve a cada rato. Y algunas otras mañanas seguramente habrá tenido ganas de apostar a las piñas más que a la amnistía.

Los dos jueces fueron noticia: A Labombarda le hicieron unas preguntas. Y Melazo a las piñas dio unas respuestas.