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Víctima récord: “Hoy reacciono distinto y me defiendo”

En su comercio de 13, 42 y 43 ya sufrió 28 asaltos. Jorge Cauterucci admite que en el último creyó que lo mataban

20 de Abril de 2014 | 00:00

Las vidas avanzan como una línea, no siempre recta, aunque de lineales tengan verdaderamente poco. De Jorge Cauterucci podría decirse que tiene 60 años, que desde los 20 se dedica a lo mismo y que el 27 de febrero su negocio de audio y alarmas cumplió los 40, dato que resalta desde la vidriera, con la estética festiva de cualquier aniversario. Pero la historia del negocio “Estilo”, ubicado en 13 entre 42 y 43, tiene matices agridulces.

En una pared, Jorge colgó el cuadro de su hijo Guido, que en agosto de 2009 –cuando tenía 25 años - murió en un accidente de tránsito en 44 y ruta 36. En otra, la tapa de EL DIA en la que se lo ve a Cauterucci posando junto a Crash, el perro labrador que en agosto de 2013 lo defendió de un ladrón que acababa de abrirle algunos cortes en el brazo.

El de aquel día fue el asalto número 26. El 3 de abril pasado Jorge sufrió el vigésimo octavo, y, quizás, el más terrible. Tirado en el piso de su comercio, sintió que uno de los ladrones le apoyaba el caño del revólver en la oreja. Escuchó el “clic” -que imaginó final- del gatillo. Y nada. Desde donde estaba, Jorge no hacía otra cosa que mirar la sonrisa de su hijo en el retrato.

“me voy con vos”

“Dije ‘Guido, me voy con vos’, pero entonces el tipo me gatilló en el ojo, la bala no salió y pensé, ‘él me está cuidando”.

Esto pasó un jueves al mediodía, cuando el negocio “Estilo” tenía la persiana semi cerrada. Sin embargo, Jorge dejó pasar a dos muchachos que bajaron de un Dodge 1500 azul, porque no le parecieron sospechosos y dijeron estar interesados en un equipo de sonido. Tenían entre 20 y 25 años.

Ya adentro del local, uno de los “clientes” se levantó la remera y sacó una pistola mientras le ordenaba a Jorge que bajara la cortina. Cuando uno pasó del otro lado del mostrador para agarrar el dinero, Cauterucci lo tomó de la cintura, forcejeó con él y le acertó varias trompadas.

El cómplice reaccionó rápido. Presionó su pie en la espalda del comerciante y le ordenó que soltara a su amigo, quien, ya repuesto, lo obligó a tirarse al piso. Entonces sintió el caño del arma en la oreja y la voz del otro pidiéndole al del arma: “Peludo: matalo, volale la cabeza”.

Los plomos no salieron, Jorge pudo pulsar el botón de la alarma antipánico y los delincuentes tuvieron que irse con las manos vacías, dejando una promesa: “Sos boleta”.

Dos semanas después Cauterucci recibió a EL DIA en el mismo escenario donde sucedió todo. Los golpes de ese día le dejaron un brazo inmovilizado y una mancha oscura alrededor de un ojo. “Este moretón se irá pronto”, dice, “y a la mano tengo que ejercitarla”. Esas marcas son menos rebeldes que las otras.

“Los últimos asaltos fueron los más violentos y cada vez son peores. Una vez le entregué a uno los 600 pesos que tenía, pasaron menos de dos minutos y me pidió la plata de nuevo”, recordó el comerciante, convencido de que la cosa se complica cuando “te enfrentás con gente pasada de droga”.

Por eso, sentencia, “hoy yo reacciono de otra manera. Hoy yo me defiendo”.

Cauterucci es consciente de que en un cualquier episodio de estas características se “pierde la racionalidad”, más allá de admitir que es impulsivo y adjudicar su falta de control al hartazgo: “Estoy cansado. Es que siempre laburé y no admito esta situación. Además, si te quedás quieto te matan igual”.

“Un par de asaltos atrás me pelee con uno. En los dos robos siguientes fueron los mismos. Y en uno me dieron tres puntazos” por los que terminó en el hospital Rossi”, recuerda.

El comerciante está en condiciones de hablar de inseguridad como pocos y sabe que el problema es mucho más complejo que la falta o la saturación de policías.

Ejemplo de esto es que ninguno de los 28 asaltos que padeció en estos años fue ventilado en un juicio oral. Dicho en otras palabras, ni uno solo de los responsables se sentó en un banquillo.

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