La vida como un cuento

Uno lo recuerda y lo repite como si fuese una plegaria. Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.

Palabras familiares para millones de lectores. Un comienzo con música propia y cierta épica en la entonación que parecería agigantarse y ganar belleza con el paso del tiempo. Se trata del primer enunciado de “Cien años de soledad”, la obra que supo engendrar una mitología propia del caribe y, sobre todo, un universo desmesurado y personal.

Detrás de esa obra, de ese comienzo, se esconde otra pequeña historia menos conocida pero que ahora, muchos años después, tal vez sirva para entender la vida del premio Nobel como una mueca propia de un cuento. O de un destino.

Era agosto de 1966 y Gabriel García Márquez acababa de ponerle el punto final a la corrección de la novela, llamada en un principio La Casa. Acompañado por su mujer, Mercedes, se acercó a la oficina de correos de Bogotá con la idea de enviarle el trabajo terminado a Francisco Porrúa, por entonces director de la editorial Sudamericana de Buenos Aires, y se encontró con que ese simple gesto de esperanza le iba a resultar imposible. Eran 590 páginas y el costo de envío costaba 82 pesos. La pareja sólo tenía 53. Como un cuento, o como una historia cuyo destino irremediablemente ya estaba escrito, la pareja decidió dividir la novela en dos y mandar sólo una parte. “Si le gusta”, pensó su hacedor, “seguramente me van a pedir el resto”.

No se equivocaba. Si escribir consiste en encontrarle intenciones retrospectivas al azar, como Juan Villoro escribió alguna vez, queda claro que la vida fue para García Márquez un relato plagado de gestos y señales propios de una fábula.

La anécdota cuenta que la pareja mandó a Buenos Aires la segunda mitad, no la primera. Sea cierto o no, parte del mito o de una leyenda alimentada por el propio García Márquez, la historia oficial dirá que Francisco Porrúa quedó tan impresionado con la larga saga de los Buendía y con aquel comienzo ardoroso que, como si recibiera una orden dictada desde el más allá, se ocupó de enviarle a la pareja algo de dinero para que pudieran entregar el resto, que no era otra cosa que el comienzo.

Cuando el material aterrizó en estas tierras y se unió al resto de la historia, las 590 páginas fueron de inmediato a la imprenta y al poco tiempo el relato que no entraba en una encomienda vio la luz en las librerías porteñas.

Fue el principio de todo. O casi.

Hace poco, antes del último cumpleaños del escritor, reapareció un ejemplar de esta primera edición, publicada en nuestro país en 1967. Fue subastado por más de 10 mil dólares. Como un cuento. Como un destino.