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Policiales |SU VIDA DOS DECADAS DESPUES DEL CUADRUPLE CRIMEN

Barreda, a 20 años de la masacre

Sueña con recuperar su casa y volver a vivir en La Plata, según un nuevo libro sobre el odontólogo

15 de Noviembre de 2012 | 00:00

«Buenas noches. Llamo de la casa de la calle 48 N° 809. Recién llego y están todas muertas...». Sin perturbaciones, el odontólogo Ricardo Barreda pronunció esas palabras al oficial de la comisaría primera que atendió al llamado y luego colgó el teléfono. Era el 15 de noviembre de 1992. Unas horas antes, había concretado una cacería infernal, llevando a los hechos una de las fantasías más oscuras de tantísimos maridos: «ser libres a cualquier precio».

No estaba ni angustiado ni arrepentido. ¿Qué sentimientos tuvo en ese momento? Los jueces se lo preguntaron en el juicio; Barreda dijo que tuvo miedo. Tal vez por eso subió a la planta alta y desordenó un poco las cosas, para simular un intento de robo. Pero pronto el odontólogo revelaría al país, como quien cuenta una película que lo apasionó, la confesión de su histórico cuádruple femicidio: hace dos décadas, con una escopeta Víctor Sarrasqueta de dos caños que le habían regalado, Barreda asesinó a su mujer, Gladys Mc Donald (57), sus hijas Cecilia (26) y Adriana (24) y su suegra, Elena Arreche (86).

ATRAPADO POR SU PASADO

Ese hombre que hace 20 años acribilló a toda su familia -le dieron perpetua pero en 2008 recuperó la libertad- es el mismo que hoy se emociona hasta las lágrimas al hablar de “Tiempos Modernos”, la clásica película de Charles Chaplin, que admira el cine de Federico Fellini o “se rie a carcajadas con el humor de Diego Capusotto e imita a “Violencia Rivas”, uno de sus personajes más famosos.

¿Es el mismo? ¿Cuánto de aquel individuo de quien, durante el juicio, los peritos no coincidían en decidir si se trataba de un demente o de un actor descomunal, queda en ese hombre de 76 años que se pasea, cacerola en mano, entre los manifestantes del 8N? ¿Qué fantasmas lo habitan? ¿Qué demonios lo persiguen aún toda hora?

“Pregunté por qué había ido al 8n y me dijo que porque está ‘podrido de todo’”

“Lo innombrable, su pasado es como una ausencia que está muy presente justamente por su condición de indecible. La palabra “conchita”, su familia...”. El que habla es Rodolfo Palacios, periodista y escritor que durante años buceó en los pliegues de la vida cotidiana del cuádruple femicida, mantuvo con él una decena de encuentros y lo contó todo en “Conchita, el hombre que no amaba a las mujeres”, un libro de la editorial Libros de Cerca (se puede adquirir en www.librosdecerca.com). “Cada tanto igual vuelve el pasado, es inevitable. Me pasó que una vez estábamos comiendo una picada. Yo quise levantar la mesa y me mira mal y me dice “me molesta cuando me levantan la mesa antes de tiempo” porque eso era algo que le hacía una de sus hijas» y le molestaba mucho”.

Podría empezar a relatarse la vida actual de Barreda por su última aparición, durante la protesta del 8N. “Pregunté porqué había ido y me dijo que «porque está podrido de todo», contó el periodista.

Ese hastío tiene, según Palacios, una causa concreta: “A él lo que más le molesta es la expropiación de la casa. Eso lo enfurece porque dice que se la quitan políticamente. Está en contra de la clase política actual y dice eso, que si se la sacan, se la hubiesen sacado por vía judicial, no por vía política. Porque insisto, el sueño de él es recuperar esa casa, andar en el viejo Falcon verde y además, volver a ejercer como odontólogo. Son fantasías insólitas que él tiene hoy por hoy”.

QUIERE VOLVER A LA PLATA

Entonces, ¿él desea volver a vivir a La Plata?

“Sí. De hecho ha viajado el último año todas las semanas. Por un lado viaja por el tema judicial de la casa. Pero viaja hasta para arreglarse un diente. Es alguien que se pasa el día en la calle caminando. Viaja en subte, va al cine”, cuenta Palacios.

¿Y cómo son esas salidas, cómo lo tratan en la calle?

“Lo insólito es que mucha gente lo felicita, lo saluda, le pide autógrafos. No sólo hombres sino también mujeres. Por ejemplo, cuando salió en libertad fue a comer frente a una parrilla donde estaba cenando Bono (cantante de la banda irlandesa U2). Y mucha gente lo fue a ver a Barreda. Cortó la calle y unas 20 o 30 personas estaban ahí por él, le pedían autógrafos. Un vecino de una agrupación le dio una especie de pin que dice «Barreda, visitante ilustre» y él lo tiene en la repisa de su casa. También hay gente que lo insulta. Después está el típico “aguante Barreda” o “Ricky ídolo”.

¿Cómo se lleva él con esta especie de idolatría?

“Dice que le molesta que lo feliciten porque él no inventó ninguna vacuna contra las caries. Obviamente, prefiere eso antes que lo insulten. Pero no lo festeja. Dice que lo pone incómodo porque él no es famoso por una buena causa”.

En su libro, Palacios trata de mostrar al “Barreda cotidiano, al más desconocido”. “Creo que a diferencia de otros asesinos -afirma el periodista-, muchos hombres se identifican (con él) por el hecho de que era un tipo de clase media, un tipo como cualquier otro, un buen vecino, un dentista que un día para el otro cometió una locura que no entra en la cabeza de nadie”.

SU RELACION CON BERTA

Hoy Barreda vive en el barrio porteño de Belgrano, junto a Berta, la mujer que “no sólo se enamoró (de él) sino que lo llevó a vivir a su casa y además es la persona que lo mantiene porque él no cobra ni jubilación”. Palacios afirma: “Berta me parece una mujer adorable que a veces me parece que no sabe que está al lado de Barreda. Yo no he visto demasiados gestos de afecto de Barreda hacia Berta, de hecho, él despectivamente le dice «chochan».

En esa casa no hay elementos ni fotografías que remitan a su pasado. “Solamente tiene una especie de banderín de Estudiantes que le regalaron”. Es que el fútbol es una de sus pasiones: “En una de las charlas dijo que en otra vida le gustaría ser técnico de fútbol. El hizo un curso de técnico en la cárcel, elogió a Sabella”.

¿Tras esta investigación, tu impresión es que fue un hecho premeditado?

“Por lo que he leído, por lo que hablé con los peritos, es que obviamente no fue emoción violenta. Se hace de un día para el otro, pero yo creo que ese día ya se le había metido en la cabeza de hace un tiempo. Quizás porque el pensaba que había un complot en su contra, él dice que era maltratado (...). Por eso el libro se llama «Conchita», que es la palabra que él trae a escena. El dice que el hecho de «conchita» casi le hace apretar el gatillo. Pero también esa palabra, paradójicamente, lo transforma en víctima para cierta parte de la sociedad que dice «pobre tipo, claro, lo tenían cansado, le decían conchita”.

“MITO FOLCLORICO”

Hay algo que se debe admitir: la liturgia folclórica que desde ese 15 de noviembre de 1992 contorneó a esta tragedia griega en una casona de nuestra ciudad, expuso también que “la psicopatía no siempre asume características individuales, puede ser colectiva también”. Y nos dejó ver como sociedad. Barreda, un hombre raso y opaco no necesitó mucho para saltar a la consideración pública. Y él mismo, afirma Palacios, se sorprende de la idolatría que le profesan algunos.

“Barreda se ha convertido en una especie de mito folclórico. Se venden pins con su nombre, remeras, hay grupos musicales que le dedicaron canciones”, explica Palacios.

Hacía años que nadie visitaba las tumbas de las víctimas cuando hace 6 años los restos fueron depositados en un osario, informaron en el Cementerio local. En cambio, las sepulturas que Barreda sí visita son la de sus padres: “El habla con las tumbas (...) Sé que hasta hace poco tiempo iba a la tumba del padre y hablaba: `Qué tal viejo cómo estás, yo ando bien”.

Tiempo después de la masacre, el odontólogo repitió muchas veces que no estaba arrepentido y volvería a hacerlo. Para Palacios esto cambió en los últimos tiempos: “Yo creo que carga con esas cuatro muertes y nunca va a poder estar tranquilo, porque por más que haya una condena penal, civil, simbólica con el tema de la casa, una condena social, él tiene una condena más dura que es la de decir «yo maté». Y sé que últimamente está arrepentido, que se lo dijo a Berta, que no sabe porqué hizo lo que hizo, que él era una buena persona”.

Hace 20 años, Barreda, ese opaco miembro de la sociedad odontológica hizo algo imprevisible: tomó su escopeta, apretó del gatillo y con una diabólica cacería humana, modificó sustancialmente el perfil de la ciudad.

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